Lo que parece es que Simone Biles hace magia. En el suelo, en el aire. Cada vez que salta en el potro y muestra que su metro y cuarenta y dos centímetros tienen la potencia de la dinamita y gira por más grados de los posibles y cae de nuevo en la Tierra con la precisión de lo simple. Hace magia acá, una noche de octubre en Buenos Aires, cuando se para en la puerta de un hotel de Recoleta con su minifalda negra, su blazer negro, sus zapatos altos también en negro y consigue que nadie se le acerque para nada. Ella, la gimnasta más condecorada de la historia, la que superó a la gran Nadia Comaneci (la primera en conseguir la calificación perfecta), la de las 30 medallas (olímpicas y mundiales), la que tiene 12 millones de seguidores en Instagram, su propia serie en Netflix, cinco movimientos que se llaman como ella porque fue la primera en conseguirlos, está en el centro de la Ciudad como una más. A pocos metros hay turistas que toman café, empresarios que se reúnen con empresarios y ella se sube al auto sin interrupciones, nadie le pide un autógrafo, nadie le pide una foto, nadie le grita, nadie la interrumpe, nadie salta a su alrededor porque la emoción es completa. No. La escena parece irreal. Toda tan Simone.

La gimnasta de 28 años nacida en Columbus, Ohio, llegó a la Argentina en el marco del anuncio de la ciudad Capital Mundial del Deporte 2027. Esta noche en que sale del hotel es la primera que pasa en el país. Aterrizó en Ezeiza a las 8 de la mañana del miércoles 7 de octubre vestida con un jogging oscuro, gorro, gafas y luego fue recibida en el hotel de Recoleta, donde desayunó en el comedor como una más. De nuevo Simone. Un poco de frutas, un poco de cereales. Quienes la pudieron cruzar destacaron su amabilidad, su buen humor, su predisposición para aprender alguna que otra palabra en español. Buen día, gracias, de nada. Simone parece maga y curiosa. En un momento, aún sin actividades oficiales, mientras descansaba del vuelo que la trajo desde Estados Unidos, se rompió apenas la ilusión del lugar cuando un grupo de gimnastas se acercó a la puerta con carteles para saludarla y darle la bienvenida. Entonces no bajó, pero sí lo hizo después, con un caso en particular. El de Abril, una niña que la esperó con un moño rojo en el pelo y un mensaje en una cartulina que decía en colores y en grande “Simone soy gimnasta”. Ella, con un trench negro que le llegaba a la vereda, unas gafas de sol y una cartera cruzada, la vio, se le acercó, le dio un abrazo, una foto y además recibió un regalo: una pulsera con los colores celeste y blanco. Se la puso.

Horas después llegó la otra escena de Simone como si no fuera lo que es. La de la minifalda en el lobby del hotel de la calle Arroyo, la de las piernas esas tan suyas, los músculos dibujados con compás. Eran las 19.32 y se subió a un auto oscuro que ya la esperaba en la puerta junto a su coach francés, Laurent Landi, y su manager, Janey Miller. Se fueron a comer a la parrilla palermitana Don Julio. Ella misma lo contó unas horas más tarde, cuando en una charla pública dio detalles de esa cena y dijo que no sabía que el restaurante era tan conocido, que ella había llegado por TikTok y por un videíto de tequila (porque a ella, ella lo dijo, le gusta mucho el tequila), que había tomado muy buen vino y que había comido un bife de chorizo más grande que su cabeza. Hubo más platos: papas fritas, espárragos, repollitos de Bruselas, alcauciles, ensalada de rúcula y parmesano. Luego regresó al hotel. La magia también descansa.

Simone Biles: 84 Horas Mágicas en Buenos Aires
*Imagen referencial generada por IA.

Y se recluta, como una orden. Su visita no fue anunciada con estridencias, la información sobre su agenda fue entrecortada. Miles que querían verla en las dos actividades gratuitas que encabezó no pudieron hacerlo porque había que inscribirse por mail y se estallaron las casillas de solicitudes. Fue una revolución y un desorden. Hubo idas, hubo vueltas. Vamos a ver si se puede una entrevista mano a mano, es difícil, no, no dará entrevistas, sí solo a dos medios, llamalo a él, preguntale a ella, no depende de mí, te paso el contacto.

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Simone es hábil. Ya de pequeña lo era, lo dicen esos videos que siempre se viralizan de ella, una mortal atrás en el living de casa, sin previa de nada, la rutina que hace en suelo con el tema de Taylor Swift, ese un triple doble, dos volteretas y tres giros en el aire, no se entiende. Por eso es maga. El miércoles a las 0 posteó en Instagram una foto del BA hecho de plantas que se ve en el cruce de 9 de Julio y Corrientes. Ahí avisó. Acá estoy. A las 10 de la mañana su primera actividad oficial fue reunirse con el jefe de gobierno porteño, Jorge Macri. Simone bien podría confundirse con embajadora, diplomática y qué más. Hola, qué tal, de frente a la cámara, los regalitos, sonrisa, una muñequita de Mafalda, un mate. Gracias, qué placer estar acá. Simone presidente.

Un rato después, a las 10.44, brindó una charla ante más de trescientas personas en la que habló de su comienzo en la gimnasia, de su infancia, de lo que fue para ella estar en un hogar de huérfanos, de la presión de estar en la cima, de la popularidad, de las agresiones en redes sociales, de esa dependencia, de

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