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Una derrota y una victoria en el centenario del Palacio Legislativo

El 25 de agosto, Uruguay conmemoró los 100 años de la inauguración del Palacio Legislativo, conocido como “el Palacio”, un símbolo de la democracia. Esta celebración coincidió con el centenario de la Declaratoria de Independencia, que marcó el inicio del proceso de emancipación nacional, culminando el 18 de julio de 1830 con la primera Constitución. Este segundo centenario se conmemoró en otro emblemático lugar, el Estadio Centenario, que ha sido el escenario de la tradición futbolística del país desde el primer campeonato del mundo.

El bicentenario de la Declaratoria y el centenario del Palacio se celebraron con cierta sobriedad, quizás excesiva para la importancia de estos eventos, pero se abordaron como un proceso de independencia que se conmemorará a lo largo de los próximos cinco años.

Este contexto histórico requiere una mirada más amplia hacia 1811, cuando Artigas se unió a la Revolución de Mayo. Su pensamiento era claro: la independencia aún no era asumida por el gobierno de Buenos Aires; la confederación se convertiría en un emblema para Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Corrientes y Misiones; y la república desafiaba los planes monárquicos que circulaban en ese momento, tanto en el ámbito local como en la Corte de Río de Janeiro, donde la Princesa Carlota Joaquina aspiraba a reivindicar su reinado en estos territorios.

El artiguismo alcanzaría su apogeo en 1815, cuando Rivera derrotó a Dorrego en Guayabos. La victoria de sus provincias aliadas se produciría en Cepeda, en febrero de 1820, cuando Estanislao López y Pancho Ramírez derrotaron a Rondeau y el Directorio se desplomó. Mientras los confederados se imponían en Argentina, Artigas caía ante una invasión portuguesa, que ya había tomado Montevideo en 1817 y lograría una victoria absoluta en 1820. El gran caudillo se exiliaría en Paraguay, donde viviría 30 años, rechazando regresar a Uruguay, donde fallecería en 1850, al igual que San Martín.

Con la derrota de Artigas, solo quedaba Rivera en pie, con sus legendarios Dragones. Pactó un armisticio con el brigadier Lecor, el jefe portugués, asegurando la liberación de otros jefes y que se respetaran los derechos de los poseedores de tierras amenazados por los españoles y los militares brasileños invasores. Rivera ejerció una suerte de policía de campaña, defendiendo a su gente y convirtiéndose en un líder nacional. A pesar de las críticas, su armisticio fue crucial para evitar la desaparición militar oriental y la prisión o exilio de sus jefes.

La importancia de Rivera se evidenciaría el 19 de abril de 1825, cuando Juan Antonio Lavalleja iniciara su Cruzada Libertadora con los 33 Orientales y, diez días después, obtuviera el apoyo militar y popular de Rivera, lo que le permitió sitiar Montevideo. Sin este apoyo, Lavalleja habría fracasado en su intento anterior. El 25 de agosto, coincidiendo con la independencia de Brasil, se declaró la unión con Argentina, adoptando su bandera hasta que se definiera la propia. Este momento no representó la independencia de lo que hoy es Uruguay, sino el reingreso de la Provincia Oriental a la Confederación Rioplatense.

La declaratoria fue un acto de arrojo, enfrentando al Imperio de Brasil sin el apoyo de Buenos Aires. Rivera derrotó a uno de los Mena Barreto en Rincón, y Lavalleja lideró la victoria en Sarandí contra los Bentos. Esto llevó a Buenos Aires a aceptar el retorno oriental y a declarar la guerra a Brasil. En febrero de 1827, el ejército nacional, bajo el mando de Alvear, triunfó en Ituzaingó, pero la situación seguía indefinida. San Martín, desde la distancia, sugirió alguna acción.

Ambos contendientes estaban agotados y Rivadavia envió a Manuel García a negociar la paz, mediado por Lord Ponsomby. El bloqueo del puerto, a pesar de las hazañas del almirante Brown, tenía a la capital en crisis. García acordó que la Provincia Cisplatina permaneciera en el Imperio, lo que desató una revuelta en Buenos Aires y la renuncia de Rivadavia. Dorrego asumió y envió a Guido y Balcarce a Río, clamando por la paz.

Rivera, que se había apartado cuando los orientales perdieron el mando, propuso atacar las Misiones, convencido de que solo así Brasil pactaría. Entre el 21 de abril y el 6 de mayo, en una campaña rápida, tomó todos los pueblos de las Misiones Orientales y organizó gobiernos locales. Este fue el precio para lograr la paz. Así se firmó la Convención Preliminar que reconoció la independencia del “Estado de Montevideo”. El 4 de octubre de 1828, al canjear las ratificaciones, nació la actual República Oriental, reconocida por sus vecinos y por el mediador británico.

Rivera abandonó las Misiones a regañadientes, sintiendo que había entregado algo valioso. El capítulo se cerró el 14 de diciembre cuando Lavalle se sublevó, derrocó a Dorrego y lo fusiló.

Así, nació un país, pero la grieta entre ambos lados se profundizó y persiste hasta hoy. Uruguay dictará su Constitución, que será jurada el 18 de julio de 1830, y Fructuoso Rivera asumirá la primera presidencia constitucional de la nueva República.

Artigas, en su exilio paraguayo, se convierte en una sombra lejana. Sin embargo, su legado es fundamental para entender el federalismo argentino y el republicanismo uruguayo.

Es una penosa derrota y una enorme victoria. No triunfó en la política, fue vencido en las armas, pero ganó en las ideas. Nada más ni nada menos.

Expresidente de Uruguay

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