Era una mañana de viernes cualquiera en la isla taiwanesa de Kinmen, a pocos kilómetros de la costa de China, cuando una sirena antiaérea rompió la calma.
En una oficina del gobierno local, la gente apagó las luces y se refugió debajo de las mesas. Otros huyeron a un aparcamiento subterráneo. En un hospital cercano, el personal se apresuró a atender a personas que llegaban tambaleándose con heridas sangrientas.
Pero la sangre era falsa y las víctimas eran actores voluntarios. Junto con los funcionarios del gobierno, participaban en los simulacros obligatorios de defensa civil y militar que se llevaron a cabo en Taiwán el mes pasado.
¿El objetivo? Ensayar su respuesta ante un posible ataque de China.
China lleva mucho tiempo prometiendo “reunificarse” con Taiwán, que goza de autogobierno, y para hacerlo no ha descartado el uso de la fuerza. Se trata de una amenaza que el gobierno taiwanés se está tomando cada vez más en serio.
El presidente de Taiwán, William Lai, que asumió el cargo el año pasado, está detrás de uno de los impulsos más fuertes en años para reforzar la defensa.
Sin embargo, uno de sus mayores retos es convencer a su propio pueblo de la urgencia de la situación. Si bien su campaña de defensa ha obtenido apoyo, también ha suscitado controversia. “Necesitamos estos simulacros de defensa, creo que existe cierta amenaza por parte de China”, afirma Ben, un profesional de las finanzas que trabaja en Taipéi.
Al igual que Ben, la mayoría de la población de Taiwán -el 65% según una encuesta publicada en mayo por el Instituto de Defensa Nacional e Investigación Estratégica (Indsr), cree que es poco probable que China ataque en los próximos cinco años.
Esto a pesar de que Estados Unidos ha advertido de que la amenaza a Taiwán es “inminente” y de que Pekín está preparando a su ejército para poder invadir la isla en 2027.
Los preparativos militares de Taiwán
Lai y su gobierno repiten a menudo una frase concreta para explicar qué les motiva: “Al prepararnos para la guerra, evitamos la guerra”. Han subrayado que no buscan el conflicto, sino ejercer el derecho de Taiwán a reforzar sus defensas.
Además de haber iniciado importantes reformas militares, también quieren aumentar el gasto en defensa en un 23% el próximo año. Esto lo situaría en 949.500 millones de dólares taiwaneses (US$31.000 millones), más del 3% de su PIB, tras la presión de Estados Unidos para que inviertan más en defensa.
Tras prolongar su programa de reclutamiento obligatorio, Taiwán ha aumentado ahora los salarios y las prestaciones de los militares y ha introducido un entrenamiento más riguroso.
Las maniobras militares anuales Han Kuang, que ensayan la respuesta militar a un ataque chino, se han renovado para sustituir los ejercicios programados por simulaciones más realistas. La edición de este año ha sido la más larga y la más grande hasta la fecha, con la participación de 22.000 soldados reservistas, un 50% más que el año pasado.
Además de abordar la guerra en la zona gris y las campañas de desinformación, uno de los objetivos principales era prepararse para la guerra urbana.
En Taipéi, ensayaron la carga de misiles en helicópteros de combate en un parque ribereño y transformaron una escuela en un taller de reparación de tanques de combate.
Pero el gobierno también está preparando a sus ciudadanos para una invasión, aumentando la frecuencia y la escala de los simulacros de defensa civil.
Práctica de evacuaciones, redadas y rescates
El mes pasado se llevó a cabo uno de los mayores simulacros jamás realizados, denominado “Ejercicio de Resiliencia Urbana”. Durante varios días, todas las principales zonas urbanas de Taiwán se turnaron para realizar simulacros de ataque aéreo.
Los residentes de los distritos designados tuvieron que permanecer en sus casas, mientras que los hoteles, tiendas y restaurantes tuvieron que interrumpir su actividad.
En el centro de Taipéi, equipos de emergencia y voluntarios practicaron la evacuación de personas heridas, la extinción de incendios y el descenso por edificios que habían sido decorados para que pareciera que fueron alcanzados por misiles.
Los equipos médicos clasificaron a los evacuados en un aparcamiento, vendando heridas y colocando bolsas de suero para goteros intravenosos bajo tiendas de campaña.
Algunos taiwaneses lo aprueban. “Creo que es algo positivo. Porque creo que la amenaza ha aumentado”, afirma el oficinista Stanley Wei.
Sin embargo, otros le restan importancia. “Aunque se produzca el ataque, ¿qué podemos hacer?”, argumenta el ingeniero Liu.
En Kinmen, el escepticismo es aún más generalizado. La pequeña isla, que fue escenario de enfrentamientos mortales entre las fuerzas chinas y taiwanesas a finales de los años 40 y en los 50, es considerada la primera línea de cualquier posible ataque. Pero con la mejora de las relaciones a través del estrecho y los lazos económicos, muchos en Kinmen ven su cercanía a China más como una bendición que como una maldición.
Yang Peiling, de 77 años, lidera una tienda en Kinmen donde vende aperitivos tradicionales. “China no nos atacará ahora”, argumenta. “Todos somos chinos, todos somos una familia. ¿Por qué nos harían daño a nosotros, la gente común?”.
Muchos taiwaneses comparten esta opinión: que invadir Taiwán sería demasiado costoso e inútil para China.
Pekín ha subrayado en repetidas ocasiones que quiere una “reunificación pacífica”, lo que algunos interpretan como una señal de que quiere un Taiwán intacto.
Pero Lai sostiene que China es una “fuerza extranjera hostil” que planea “anexionar” Taiwán y continúa con su “intimidación política y militar”.
Otro factor que ha tranquilizado durante mucho tiempo a los taiwaneses es que Estados Unidos está obligado por ley a ayudar a Taiwán a defenderse.
Sin embargo, tras décadas de amenazas, ahora también existe “la sensación de que Pekín es como el niño que gritaba ‘¡lobo!’”, afirma Wen-ti Sung, politólogo del Centro de Taiwán de la Universidad Nacional de Australia.
La posibilidad de una invasión china ha sido durante mucho tiempo un debate existencial en Taiwán. Pero la urgencia de esta cuestión se ha agudizado con la reciente escalada de tensiones, especialmente tras la elección de William Lai el año pasado.
Fuente original: ver aquí