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En septiembre de 1992, Annette Herfkens, una holandesa que trabajaba en el sector financiero en Madrid, y su prometido Willem, a quien llamaba Pasje, se dirigían a unas vacaciones románticas en un resort de playa en Vietnam. Su relación, iniciada tras un reto de Pasje (“Sé algo que vos no te atrevés a hacer”), se había consolidado en un amor profundo, a pesar de la distancia que los separaba, ya que ambos planeaban vivir en el extranjero.

Un vuelo fatal

Para 1992, Pasje trabajaba en Vietnam, y la pareja decidió disfrutar de unas vacaciones allí. Annette, sin embargo, dudó al ver el pequeño avión Yak-40 de fabricación soviética que los transportaría: “No me voy a subir ahí”, le dijo a Pasje, quien la convenció argumentando que sería un vuelo corto de 55 minutos. A pesar de su claustrofobia y sus reservas, Annette accedió al viaje. Durante el vuelo, se sintió incómoda, observando el reloj de Pasje mientras recitaba un poema en alemán para distraerse. A cinco minutos del aterrizaje, el avión se desplomó en dos picadas sucesivas, con gritos de pánico de los pasajeros, antes de estrellarse.

La única sobreviviente

Annette despertó en medio de la selva vietnamita, rodeada de los sonidos de la naturaleza. Pasje estaba muerto, sujeto a su asiento. Annette, con múltiples fracturas y heridas graves (doce fracturas en las caderas, un pulmón colapsado y la mandíbula rota), logró salir del avión destrozado. Un hombre vietnamita, que también sobrevivió inicialmente, le ofreció sus pantalones de traje para cubrir sus piernas heridas, antes de fallecer al final del día, dejándola completamente sola.

Ocho días en la selva

Ante la soledad y el dolor, Annette se concentró en su respiración, observando y aceptando su situación. Los primeros dos días permaneció cerca del cuerpo del vietnamita, pero luego tuvo que alejarse debido al estado de descomposición. Para sobrevivir, utilizó la espuma aislante del avión para crear recipientes para recoger agua de lluvia, y un poncho encontrado en el equipaje de otra pasajera la protegió del frío. Durante esos ocho días, Annette se esforzó por mantenerse con vida, luchando contra el dolor, la deshidratación y la angustia por la pérdida de Pasje. Para evitar sucumbir a la desesperación, se concentró en la belleza de la selva, encontrando consuelo en los detalles de la naturaleza.

El sexto día, casi inconsciente por el dolor y la deshidratación, experimentó un estado alterado de conciencia, en el que percibió una belleza intensa en la selva y una sensación de amor. En ese estado, vio a un hombre vestido de naranja, que al día siguiente regresó y se fue tras ser insultada por Annette. Finalmente, al octavo día, un grupo de rescatistas la encontró.

El rescate y el duelo

El rescate fue traumático para Annette, quien se resistía a abandonar la selva y a la sensación de paz que había encontrado. Los rescatistas la sacaron en una lona, y Annette, en un acto de agradecimiento, les pidió que no se pusieran sus zapatos para no lastimarla. Tras su regreso a los Países Bajos, Annette se enfrentó al dolor de la pérdida de Pasje y al proceso de recuperación física. Su familia había organizado un funeral conjunto para ella y Pasje, y al regresar a casa, la esperaban numerosas cartas de condolencias.

Rehacer la vida

La experiencia en la selva le enseñó a Annette a encontrar belleza en la adversidad. Tras superar el duelo, se casó con Jaime, un colega que había creído en su supervivencia, y tuvieron dos hijos. El diagnóstico de autismo de su hijo Max la llevó a aplicar las lecciones aprendidas en la selva, aceptando la situación y encontrando belleza en el amor incondicional de su hijo.

La historia de Annette Herfkens es un testimonio de resiliencia, la capacidad de encontrar belleza en la adversidad y la fuerza del espíritu humano para superar las tragedias más devastadoras.

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