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Pianista transforma chalet ferroviario en Olivos con reforma integral

Juan vivía solo con Philippe, su perro salchicha, en un departamento sobre la calle Crisólogo Larralde. “Mi mundo eran 50 m², un piano Steinway & Sons en el centro del living y una colección de objetos cuidadosamente organizada”, relata como preludio de la mañana en que, paseando a Philippe por el Parque Saavedra, conoció a Sami, una instructora de yoga, que caminaba con su perra Olga.

“Fue amor a primera vista. Desde ese encuentro se instaló algo difícil de nombrar, pero imposible de ignorar, y no tardamos mucho en apostar por eso que se había encendido entre nosotros. Primero convivimos en mi ‘Museo de la calle Larralde’ y cuatro meses después, con Philippe, Olga y un bebé en camino, supimos que era hora de movernos para seguir construyendo nuestra vida juntos”.

Otro capítulo

En Olivos empezó otro capítulo de la historia: el del chalet en la calle Félix Amador, donde Juan Martín asumió la tarea de hacer él mismo la reforma de su hogar. “Amador es mucho más que un proyecto de arquitectura; hay días en que no puedo creer tener una casa y una familia con todo este amor. Es como un sueño hecho realidad”.

“Encaré esta reforma como un proyecto personal, sin arquitecto, pero con la mirada generosa de profesionales cercanos. Empezaba a las cinco de la mañana y cerraba la obra al anochecer. Fue un trabajo artesanal y también emocional”, explica Juan.

Sin los viejos tabiques, la casa brilla y luce la bow window del frente en todo su esplendor. La vieja cocina era una tira que corría en paralelo al jardín uniendo el cuarto de servicio y el lavadero. Ahora es un espacio integrado, funcional y estético.

Con la intención de unificar la planta, reemplazaron los muros de carga por tres columnas de hormigón unidas por vigas doble T. En el medio del ambiente principal, dejaron una a la vista. “No la revestimos porque es el corazón de la casa”, explica Juan.

El cuarto principal incorporó un baño en suite tomando un escritorio contiguo. “Fue una obra grande, porque no dejamos ni un centímetro de desperdicio: se aprovechó hasta el techo, con una escalera plegable. Todo el proceso fue desafiante, pero lo hice con gusto y aprendí mucho”, concluye.

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