“Lo más seguro es ser temido antes que amado”.
La frase del filósofo y diplomático italiano Nicolás Maquiavelo en su obra “El Príncipe” refleja la estrategia que muchos gobernantes autócratas han aplicado para mantener el poder. Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler llevó esta estrategia al extremo al utilizar el terror como herramienta de control social.
En este contexto, a finales de 1941, Hitler dictó el decreto “Noche y Niebla” (Nacht und Nebel, en alemán), que autorizaba el encarcelamiento y ejecución secreta de enemigos del régimen nazi en los territorios ocupados por Alemania.
Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y expertos de Naciones Unidas consideran que esta orden fue el precursor del concepto actual de desaparición forzada de personas, una grave violación de derechos humanos calificada como crimen de lesa humanidad por el Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacional (CPI).
Este decreto no solo se aplicó en Europa, sino que también ha dejado un legado de miles de víctimas en América Latina en las últimas décadas.
Al amparo de las tinieblas
El 7 de diciembre de 1941, el mariscal Wilhelm Keitel firmó un documento que autorizaba a las fuerzas nazis a capturar a personas en los países ocupados que amenazaran la seguridad alemana. Los detenidos eran transportados secretamente a Alemania, donde desaparecían sin dejar rastro, según explica Jesús Ollarves, director del Centro de Estudios de Postgrado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela.
El decreto indicaba que las penas de prisión eran percibidas como signos de debilidad y que un efecto de terror eficaz solo se lograría mediante la pena de muerte o medidas que mantuvieran a la población en incertidumbre sobre el destino de los culpables.
Nada de mártires
El decreto fue concebido tras el inicio de la operación “Barbarroja”, donde Hitler buscaba eliminar cualquier resistencia a su ocupación sin crear mártires. Keitel, en el tribunal de Nuremberg, afirmó que si los familiares hubieran sabido lo que ocurría, habrían creado mártires, lo que paralizaba a sus allegados.
Las ejecuciones no se registraban oficialmente, y a los familiares no se les notificaba sobre la muerte de sus seres queridos. Las tumbas no tenían inscripciones, y los prisioneros eran aislados completamente del mundo exterior.
No la crearon, pero la legalizaron
Amnistía Internacional sostiene que Hitler “inventó” la desaparición forzada, aunque expertos como Ollarves señalan que esta práctica existía antes del decreto, especialmente durante el terror rojo de Lenin en Rusia. Sin embargo, los nazis fueron los primeros en sistematizarla y legalizarla.
El artículo 7 del Estatuto de Roma define la desaparición forzada como la aprehensión o detención de personas por un Estado, seguida de la negativa a admitir tal privación de libertad. Durante los juicios de Nuremberg, Keitel intentó desviar la responsabilidad del decreto hacia Hitler, pero reconoció que fue una de las peores atrocidades cometidas por los nazis.
La desaparición forzada genera un miedo profundo en la sociedad, afectando no solo a las víctimas, sino también a sus familias, quienes quedan atrapadas en un “luto congelado”.
¿Por qué caló en América Latina?
No se conoce con certeza cuántas personas fueron víctimas del decreto, pero se estima que alrededor de 7.000 fueron arrestadas y ejecutadas. Sin embargo, su práctica se extendió a América Latina, donde Amnistía Internacional estima que más de 90.000 desaparecidos se registraron entre 1966 y 1986.
La desaparición forzada se convirtió en una técnica común en países con gobiernos autoritarios o en conflicto armado, como el Plan Cóndor en el Cono Sur. La formación militar durante la Guerra Fría contribuyó a la difusión de estas prácticas en la región.
La presidenta del Grupo de Trabajo de la ONU, Gabriella Citroni, señala que este delito tiene una alta tasa de impunidad y que la valentía de los familiares para denunciar ha sido fundamental en la lucha por la justicia.
La efectividad de la desaparición forzada como mecanismo de control social asegura que este crimen siga presente en diversas formas en la actualidad.
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