El autor relata su experiencia de infancia, donde se sentía incómodo y desdichado durante los viajes familiares a la playa. Con diez hermanos, la travesía era complicada, y su padre, a menudo molesto, imponía la idea de ir al mar. El viaje se tornaba angustiante, especialmente cuando su madre, mientras conducía, atropellaba perros callejeros sin darse cuenta.
Al llegar a la playa, el autor se veía obligado a ayudar con las sombrillas, una tarea que no podía realizar con éxito, lo que provocaba la frustración de su padre. Mientras sus hermanos se destacaban en la actividad, él buscaba refugio en la sombra de su madre, quien le permitía leer libros religiosos.
El autor también menciona la negativa de su padre a permitir el uso de protector solar, lo que le causaba quemaduras en la piel. A pesar de su temor al mar y a la figura autoritaria de su padre, se sentía presionado a nadar y cumplir con las expectativas de ser valiente.
A pesar de sus inseguridades, encontraba consuelo en la relación con su madre, quien lo apoyaba y le ofrecía cariño. Sin embargo, el autor se sentía atrapado entre las expectativas de su padre y su deseo de ser como su madre, sintiendo que su vida estaba marcada por la resignación y el sufrimiento.
Al final del día, el regreso a casa era una pesadilla, ya que su padre le ordenaba recoger los excrementos de los perros en el jardín, lo que lo hacía sentir como un perro más. Reflexiona sobre cómo no todos los perros tienen la misma suerte, simbolizando su propia lucha por encontrar su identidad y felicidad en un entorno familiar complicado.
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