Para silenciar las voces disidentes que se escucharon a la llegada a la Argentina de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979, la dictadura militar ideó unos stickers que se colocaban en las lunetas traseras de los autos, que decían: “Los argentinos somos derechos y humanos”.
El eslogan se propagó como una potente campaña en los medios audiovisuales, aprovechando la euforia popular que generó el triunfo de la selección sub-20 local, con Diego Maradona a la cabeza, en el Mundial Juvenil de Japón.
La palabra “apátrida” no se escuchaba desde la época de Jorge Rafael Videla, quien la utilizaba para calificar a la “subversión”. Casi medio siglo más tarde, la palabra “apátrida” fue utilizada cinco veces en un editorial de Nancy Pazos, por C5N, para criticar la película Homo Argentum.
Un coro de voces chauvinistas se unieron para defender al “ser nacional” supuestamente ofendido por el film. Esto recordó los esfuerzos radiales de José María Muñoz en aquel tiempo oscuro, que intentaban resaltar cuán “derechos y humanos” éramos los argentinos, mientras se ignoraban las largas filas que se formaban frente a la oficina de la CIDH en la Avenida de Mayo.
Ahora, comunicadores y artistas nac&pop podrían incluir entre sus críticas a Homo Argentum que “quieren mancillar nuestro tradicional estilo de vida”, como lo hacían los militares de los años 70 y 80, mientras desaparecían a miles de personas. Entonces, era fácil imponer un relato único por el miedo a contradecirlos.
Imponer una mirada progre y autopercibida como incuestionable, que busca convencer al público de que “no vayan a verla” porque es una “porquería”, “basura” o “mierda”, revela un autoritarismo desubicado. A pesar de las críticas, la película ha atraído a un gran número de espectadores desde su estreno hace diez días.
Ahora las películas no solo son criticadas por su calidad, sino que también son editorializadas según conveniencias ideológicas. Por ejemplo, Argentina 1985 fue criticada por radicales por considerar que se menospreciaba a Raúl Alfonsín, y El Eternauta sufrió detractores por cuestiones partidarias.
La serie Viudas negras, que estereotipa a mujeres de clase alta, es graciosa y divertida, pero no contradice el dogma progre. Si lo hiciera, ya estaríamos sufriendo sus críticas.
Las obras de Gastón Duprat y Mariano Cohn han sido recibidas con fastidio por quienes intentan imponer un canon unilateral. La visita de Javier Milei a la película terminó por causar más revuelo.
El Presidente no debió asociarse a Homo Argentum como lo hizo, generando prejuicios distorsivos a favor y en contra de una película que no tiene las intenciones políticas que se le atribuyen.
Es paradójico que quienes se quejan de la falta de ficción audiovisual en Argentina no puedan disfrutar del éxito de una película solo porque no simpatizan con sus creadores. Durante la era kirchnerista, el Incaa actuó de manera arbitraria, excluyendo a actores como Beto Brandoni por sus ideas y subsidiando proyectos que nadie quería ver.
Los países desarrollados apoyan a su industria cinematográfica de manera criteriosa, y Argentina debería hacer lo mismo, pero con evaluadores que entiendan del tema, no con personeros del poder que priorizan la fidelidad ideológica sobre la calidad.
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