La ONU ha declarado oficialmente la hambruna en Gaza, una situación que ya se había anticipado. Desde hace meses, se han observado los efectos devastadores de la escasez de alimentos en la población palestina, visibles en nuestras pantallas y acompañados de un sentimiento de impotencia y vergüenza.
Como corresponsal en Oriente Próximo durante casi cuatro décadas, he sido testigo de la miseria provocada por dictaduras, conflictos sectarios, guerras civiles, desastres naturales e invasiones. Sin embargo, nunca había presenciado la crueldad de la aniquilación de una comunidad con el mundo como testigo y cómplice. La hambruna en Gaza no es solo responsabilidad de Netanyahu y su gobierno, sino también de aquellos que permiten esta situación, incluyendo a israelíes, EE.UU., Europa, países árabes, así como Rusia y China.
Recuerdo la mirada de los sudaneses que llegaron a Jartum en junio de 1990, huyendo de la sequía. Su hambre, aunque exacerbada por la mala gestión y conflictos locales, fue provocada por la falta de lluvias. En cambio, la hambruna que afecta a Gaza es intencionada y resulta de decisiones políticas.
No hay justificación para las acciones de Israel desde el 8 de octubre de 2023. La matanza perpetrada por Hamás el día anterior, que fue condenada globalmente, no puede justificar el abandono de los principios humanitarios más básicos. Además, el respaldo del gobierno y el ejército israelí a los abusos de colonos en Cisjordania refuerza la percepción de que el 7 de octubre se utiliza como pretexto para un proyecto preexistente.
A diferencia de otros conflictos, donde los afectados podían buscar refugio en países vecinos o recibir ayuda internacional, Gaza está siendo privada de refugio seguro y acceso a alimentos. Las organizaciones humanitarias se enfrentan a la dificultad de describir el horror que se vive en esta región, que muchos ciudadanos también experimentan.
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