Como en pocas oportunidades desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial, el mundo vuelve a estar amenazado por el posible uso de armas nucleares.
La guerra en Ucrania y los recientes y graves ataques entre Israel e Irán, donde las partes parecen apostar a recrudecer y jugar con las amenazas nucleares, ponen en vilo al mundo. Paralelamente, el gobierno de Netanyahu intensifica su postura en Gaza al desafiar el derecho internacional y los derechos humanos del pueblo palestino.
Las muertes no detienen el problema, lo acrecientan. Ante una enfermedad, los médicos buscan su causa. No se mata al enfermo para eliminar la enfermedad. Al que odia, hay que reeducarlo, no matarlo. Al analfabeto se lo alfabetiza, no se lo mata.
En Argentina, enfrentamos nuestros propios conflictos, sin equipararlos a los temas mencionados. Aunque nos desenvolvemos en un sistema democrático y hemos dejado atrás los golpes militares, somos testigos de señales de intolerancia de distintos sectores políticos. El que piensa diferente es considerado un enemigo al que se le desea lo peor, con insultos a jueces, instituciones y agrupaciones políticas.
En una democracia, para lograr la paz interior es indispensable ser tolerante a lo diferente.
Los seres humanos son cada vez menos extranjeros los unos de los otros. Hay esperanza porque vivimos en un mundo globalizado o, como lo definía Juan Bautista Alberdi, en un Pueblo Mundo: “De todos los instrumentos de poder y mando de que se arma la paz, ninguno más poderoso que la libertad”.
FUENTE: REVISTA CRITERIO
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