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La identificación positiva y negativa en la psicología familiar

Todos los seres humanos nos identificamos con las figuras primarias de nuestra vida: mamá y papá, o quienes hayan cumplido ese rol. Al hacerlo, como explica la psicología, “introyectamos” (que significa absorbemos) determinadas características de ellos. Pero dicha identificación puede ser positiva o negativa. La identificación positiva incluye aquellas conductas buenas que se han convertido en propias. Por ejemplo, el hábito de madrugar como lo hacía nuestro padre, o de ser muy trabajador al igual que nuestra madre. Si bien es algo que hemos tomado de un familiar, nosotros le ponemos nuestra impronta personal para lograr diferenciarnos de ellos.

Por otro lado, la identificación negativa consiste en aquellas conductas no tan buenas de nuestros ancestros que hemos absorbido y repetimos en el presente. Por ejemplo, el maltrato, la pereza, la infidelidad, el alcoholismo o cualquier otra adicción. “Este hijo es igual a su padre” o “Esta hija es igual a su madre”, suele ser el comentario frente a este tipo de comportamiento.

Por este mecanismo, la persona hace suya una conducta que, en realidad, es la repetición de la conducta de su progenitor, abuelo, bisabuelo, etc. Y, en la mayoría de los casos, se repite y se repite la característica negativa de manera inconsciente y compulsiva hasta convertirse en un síntoma: algo que me ocurre y no tengo idea de por qué. Una identificación negativa suele ser muy profunda, ya que se instala en la persona sin que esta sea consciente, llevándola a repetir patrones de comportamiento de forma automática. Por ejemplo, muchos niños que han presenciado a su padre maltratar a su madre, o viceversa, suelen normalizar la violencia en la edad adulta, repitiendo dinámicas abusivas en sus propias relaciones.

¿Significa esto que estamos condenados a repetir, sin remedio, los modelos que absorbimos en nuestra familia? ¡Para nada! La psicoterapia es una herramienta poderosa para identificar estos patrones inconscientes, que a menudo se manifiestan como contradicciones dolorosas: “No entiendo por qué siempre acabo tratando mal a mis hijos, cuando en realidad no quiero hacerlo”.

Todos tenemos un cerebro con neuroplasticidad: la capacidad de reorganizarse y adaptarse a lo largo de la vida. Aunque algunos rasgos de nuestro temperamento son innatos, sí podemos transformar nuestra forma de pensar, sentir y actuar. ¿Cómo? A través del aprendizaje, la terapia, nuevos hábitos y, sobre todo, con voluntad de cambio. De modo que no hay excusas. Siempre existe la posibilidad de madurar y mejorar, si así lo deseamos, y como suelo mencionar: alcanzar nuestra mejor versión que nos hace seres humanos únicos e irrepetibles.

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