Frente al muelle La Bodeguita, a espaldas de la muralla que protege a Cartagena de Indias, el mar Caribe se presenta en tonos gris azulado que se transforman en un turquesa traslúcido al llegar al Parque Nacional Natural Islas Corales del Rosario.
El contraste entre la ciudad, fundada hace 482 años, y las islas del archipiélago es notable: no hay luces de neón, semáforos ni autos. Solo se observan botes de pescadores y embarcaciones que comunican la plataforma coralina más extensa del Caribe colombiano con un continente que parece lejano.
Los colores vibrantes de Cartagena, la muralla centenaria de once kilómetros y la música afrocaribeña se desvanecen en un ambiente de calma.
El Parque Nacional Natural, compuesto por islas, archipiélagos, arrecifes, manglares y corales, alberga colonias de peces multicolores en este ecosistema submarino protegido. En poco más de una hora de navegación desde Cartagena, se llega a este paraíso donde las playas blancas son interrumpidas esporádicamente por muelles de madera que se adentran en el mar Caribe.
La Isla Grande es la única habitada del archipiélago de Corales del Rosario, con una población estable y alrededor de 16 hoteles, algunos de ellos eco hoteles administrados por los locales. La oferta gastronómica incluye frutas exóticas y frutos de mar como langosta.
La mayoría de los hoteles son gestionados desde Cartagena, pero incluso allí no se cuenta con agua corriente y hay cortes de energía intermitentes. Los nativos viven en el poblado de Orika, donde tienen dos iglesias, una farmacia, un consejo comunitario y un centro cultural.
Orika, parte de Isla Grande, cuenta con una infraestructura mayor que las otras islas del archipiélago. Durante el fin de semana, unas mil seiscientas personas habitan el lugar, disfrutando de un estilo de vida relajado y comunitario.
Los pobladores han desarrollado un sistema de eco guías turísticos que ofrecen paseos en bicicleta y canoa por los manglares y ciénagas. Filiberto Camaro, un eco guía local, afirma que los visitantes llegan para descansar, bucear y disfrutar de la gastronomía local, que incluye ceviche y otros mariscos.
Los turistas pueden optar por pasar el día en la playa pública o en uno de los hoteles, con un promedio de cuatro mil visitantes diarios. Algunos simplemente se detienen para abastecerse, amarrando sus barcos cerca de los bares flotantes en la costa.
La biodiversidad del lugar es impresionante, con peces de colores vibrantes y la posibilidad de avistar delfines y tortugas carey. El fenómeno del plancton fluorescente, visible al caer la noche, es una de las principales atracciones de la península de Barú, que ahora está conectada por un puente al continente.
En Barú, las playas son más extensas y naturales que en Cartagena, ofreciendo espacios donde no hay balnearios ni hoteles. Los visitantes pueden disfrutar de un día en las playas libres de arena blanca y mar celeste, o hospedarse en islas flotantes que ofrecen servicios todo incluido.
La carretera construida hace 15 años permite a quienes no desean embarcar visitar las playas a solo 34 kilómetros de la ciudad amurallada, donde el ambiente es más tranquilo y menos comercial que en la costanera de Cartagena.
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