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Honey Deuce, el cóctel destacado del US Open 2025

NUEVA YORK.– No importa quién levante hoy el trofeo en el Arthur Ashe, después de dos semanas de batallas a cinco sets que se estiraron hasta altas horas de la noche. The New York Times ya decretó que el verdadero ganador de este US Open 2025 no es un jugador, sino un cóctel: el Honey Deuce.

Que un torneo de tenis tenga su bebida asociada no es novedad. El Pimm’s Cup existe desde 1823, cuando James Pimm lo ideó en Londres como un tónico digestivo. Pero fue recién en 1971 cuando el All England Club inauguró su propio Pimm’s Bar: hoy se consumen más de 300.000 vasos por edición en la versión mezclada con limonada y frutas, símbolo inseparable del césped londinense.


Como resumió la Associated Press: olores a parrillas, fritos y marihuana, estruendo de aviones rumbo a JFK, tráfico entre Manhattan y Queens, música fuerte, multitudes a los gritos: todo forma parte del US Open.


En Roland Garros, el trago estrella es el Ace Royal, un spritz de champán con hierbas sofisticadas que, aunque empezó a servirse en 2012, tiene un aire bien vive la reine, más propio de los burbujeos cortesanos de María Antonieta que del sudor sobre el polvo de ladrillo. En 2024, tras varios desbordes de hinchas —bengalas, insultos, peleas—, la dirigencia del torneo prohibió el alcohol en las gradas, pero el Ace Royal siguió reinando en pasillos, salones y, por supuesto, áreas VIP.

En el Abierto de Australia, la postal clásica siempre fue la cerveza al sol, vaso plástico en mano, público relajado que podría haber estado surfeando. Pero en los últimos años el torneo se sofisticó: el exclusivo Lemon Ace de Grey Goose se convirtió en cóctel oficial, mientras que el Aperol Spritz se consolidó como símbolo del Summer of Tennis, esa mezcla austral de deporte y fiesta.

Y en Nueva York, tierra de exceso y marketing perfecto, reina el Honey Deuce. La receta que debutó en 2007 es sencilla —vodka, Chambord, limonada— pero el golpe maestro está en las tres bolitas de melón que flotan como mini pelotas de tenis. Estéticamente irresistible, es instagrameable hasta la exageración. El Honey Deuce es más que un cóctel: es un souvenir líquido. Cada año el vaso cambia de diseño y se colecciona con devoción. Hay quienes guardan juegos completos de ediciones anteriores, alineados como trofeos en estantes de verano. El precio sube torneo a torneo (este año ronda los 25 dólares), pero las colas frente a los puestos no aflojan. En 2024 se vendieron más de 450.000 vasos, generando cerca de 10 millones de dólares; esta edición promete superar con creces esa cifra, que implica más dinero que los premios a hombres y mujeres en singles combinados.

Lo más pintoresco es el juego paralelo que se inventó en los pasillos: el Honey Deuce Jenga. A medida que avanza la jornada, los vasos vacíos —tantos, tan altos, tan plásticos— se apilan en torres cada vez más frágiles. El objetivo es colocar el propio vaso, una vez terminado el trago, en la cima sin derrumbar todo. El resultado son paisajes de mini rascacielos color pastel, un Manhattan improvisado que se multiplica por las zonas de acceso, generando tensión y un estruendo monumental cuando se vienen abajo. Esta cronista, que tímidamente participó con su vaso, casi se muere de vergüenza al estar a punto de provocar el derrumbe final entre exclamaciones del público. Pero a nadie parece importarle: el caos también es parte del ADN del torneo.

Como resumió la Associated Press: olores a parrillas, fritos y marihuana, estruendo de aviones rumbo a JFK, tráfico entre Manhattan y Queens, música fuerte, multitudes a los gritos: todo forma parte del US Open. Monica Seles lo sintetizó como “algo para lo que la mente nunca se puede entrenar”.

Lo extraordinario del Honey Deuce es justamente eso: su capacidad de condensar la identidad del US Open. No tiene la sobriedad aristocrática de Wimbledon ni la pretensión chic de París, tampoco la despreocupación australiana. Es puro Nueva York: exceso, precio inflado, marketing impecable, fotogenia garantizada y diversión. A esta cronista el Pimm’s le sigue pareciendo infinitamente más rico, pero es innegable que el “HD”, como aquí lo llaman todos, efectivamente salió campeón.

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