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El payador Santos Vega y su historia entre ángeles y demonios

El crítico Jorge Cruz, biógrafo de Manuel (Manucho) Mujica Lainez, sostiene que el libro de relatos Misteriosa Buenos Aires “es una de esas obras singulares en la trayectoria de un artista, en la cual se conjugan lo que se ha aprendido y lo que se sabía desde siempre, lo que se ha traído desde afuera y lo que se llevaba adentro”.

Uno de los cuentos de este volumen es El ángel y el payador, fechado en 1825, que narra la historia del célebre payador Santos Vega, un gaucho de aproximadamente setenta años, con pelo y barba blancos. De sus riquezas y tropillas, solo le quedaban las pilchas puestas, un cuchillo de cabo negro, un alazán y un potrillo llamado Mataco. Adorado por algunos como un dios y concebido como un personaje mitológico, no era cierto que se tratara de un “gaucho malo” que pasó su vida asesinando. Su gloria radicaba en la guitarra, decorada con los colores nacionales. Patriota del año 10, se le vio en Buenos Aires, San Pedro, Chascomús, Magdalena, Luján y Arrecifes. Acomodado en las raíces de un ombú o bajo la sombra de la ramada, cantaba bellísimos estilos y tristes, y nadie se atrevía a payar con él.

En el año del cuento, Santos Vega dormía bajo las ramas en el barrio porteño “del Pino”, actual calle Montevideo casi esquina Santa Fe, cuando se presentó un gaucho malevo, alto y flaco, con cara afilada y ojos de bagual. Montado en un parejero, lo invitó a payar.

Tras tres días y tres noches de canto, Santos comenzó a flaquear y a repetir versos. Juan Sin Ropa “continuaba como un político de esos que tienen charla hasta el día del Juicio Final”. Santos Vega no pudo más y arrojó la guitarra: el Diablo había triunfado. El derrotado fue auxiliado por el pulpero y un niño de doce años. Juntos galoparon hasta los pagos del Salado y, en la estancia de Gervasio Rosas, arribaron bajo una terrible tormenta. Tomaron mate y comieron mulita asada. Deshecho, Santos Vega sintió que se condenaría por la soberbia de haber aceptado lidiar con Mandinga.

Un ángel

El niño era un ángel, tal vez el de la guarda de don Santos, “o un ángel que vio desde las nubes lo mal que le iba en su versería con el Demonio”, o uno de esos que tocan música para alegrar al Señor. El ser sobrenatural reparó milagrosamente la bordona rota e iluminó la cocina con la luz de mil velas. Juntos payaron largamente sobre las cosas de la tierra y del cielo. La lluvia dio paso a un cielo pintado de estrellas. Santos Vega cantó como nunca, y el muchachito se dio por vencido para que su rival ganase el cielo. El viejo cerró luego los ojos y al día siguiente fue sepultado a la sombra de un tala, en campo verde, a merced del ganado. “Los peones clavetearon un cajón hecho con maderas de los barcos hundidos en la playa vecina durante la guerra con el Brasil”. Santos Vega sonreía en su hora suprema, “como si ya hubiera empezado a cantar delante de Tata Dios”.

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