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El hombre que bordaba para huir del ruido

Cuando Sebastián Hacher, cronista y escritor, dejó la ciudad para irse a vivir al campo, “al monte”, lo hizo en busca de paz y silencio. Durante su primer invierno en un entorno agreste, se dio cuenta de que la necesidad de poner las manos en movimiento era imperiosa, pues el frío y la quietud generaban una contradicción extrema. A pesar de que la idea de crear una huerta no estaba en sus planes, decidió aprender a bordar. Cambió su trabajo en una agencia de noticias por tareas freelance para disfrutar de su nuevo entorno. “Cuando me alejé de ese puesto encontré un espacio de autorreflexión y silencio, y el bordado apareció junto con recuerdos de mi abuela modista”, explica Hacher, quien también menciona que al principio se sintió afectado por estereotipos de género: “La primera vez que me saqué una foto bordando, mis amigos me dijeron: ‘No la publiques, no seas loco’. Les parecía raro que me mostrara en esa faceta. Ahora lo pienso y me río”.

Hacher comenzó tomando clases de ñandutí, un bordado paraguayo que describe como “una especie de encaje”. Con el tiempo, se unieron otros maestros y nuevas ideas. “En ese momento también hacía un taller de retoque de fotos, donde comenzamos a pintar imágenes antiguas. Sin buscarlo, me encontré con fotos de mapuches prisioneros de la ‘Conquista del Desierto’, tomadas cuando estaban encerrados en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Así que me surgió la idea de bordar esas fotos”, recuerda. Esto se transformó en un proyecto más ambicioso: bordar imágenes de todos los sobrevivientes documentados, en el sur argentino. “La propuesta terminó siendo recrear el camino que hicieron los prisioneros, con fotos bordadas de 30 por 45 de cada uno de ellos. Recorrí de Viedma a Bariloche, bordando junto a diversas comunidades durante dos años”, detalla.

Al finalizar su aventura en el sur, Hacher se sumergió nuevamente en el campo con un nuevo objetivo: plasmar la naturaleza que lo rodeaba en una gran manta. Contactó a una bióloga y descubrió que había más de 25 plantas medicinales en su entorno. Sin embargo, se encontró con un obstáculo inesperado: el ruido de sus vecinos que escuchaban música a alto volumen. “Cada vez que intentaba sumergirme en el silencio meditativo del bordado, Vilma Palma irrumpía como un ruido oscuro en la naturaleza silente”, explica al referirse a su libro Cicuta para los oídos, publicado por Eterna Cadencia.

Hacher decidió abordar esta contradicción mediante la escritura, convirtiendo el ruido en un personaje más de su relato. “Me gusta habitar las cosas con asombro, pero reconociendo sus dobles caras. El ruido es inevitable y eso quise mostrar en el libro. A un olor puedes acostumbrarte, pero no puedes apagar los oídos. El sonido es inapelable”, reflexiona. Su protagonista llega a obsesionarse con el ruido que lo atormenta, incluso tras participar en una ceremonia de temazcal junto a amigos, donde la sensación de conexión con la tierra parece inalcanzable.

Durante la escritura, Hacher descubrió que no estaba solo en su lucha contra los ruidos: hay muchas personas que padecen problemas con sonidos específicos o sufren de misofonía, una patología relacionada con ruidos como la masticación o la respiración ajena. Cicuta para los oídos se presenta como una novela híbrida, donde también hay espacio para ilustraciones que reflejan las fantasías del protagonista. “Me interesan los procedimientos que mejor cuentan las historias. Así como conté la historia de los sobrevivientes mapuches a través del bordado, la naturaleza y el ruido requerían dibujos y un storyboard”, explica Hacher.

La manta, que se convirtió en un objeto protagonista, generó un relato circular donde Hacher pide ayuda en medio de su diagnóstico de tinnitus pos-escritura. “Compartí en redes que tengo tinnitus y que ya no puedo bordar solo, así que pedí ayuda para continuar confeccionando mi manta. Muchos se acercaron a bordar conmigo una vez por semana. Me ayuda estar con otros”, concluye Hacher.

Fuente original: ver aquí