Antes de mirar el móvil, antes de hablar con nadie, hay un gesto casi sagrado: preparar café. Más allá de espantar el sueño, esa taza podría tener un beneficio inesperado para tu salud: proteger tu hígado.
Un enemigo invisible
Cada vez más personas conviven con un diagnóstico que suele pasar desapercibido durante años: el hígado graso. Una enfermedad que en España afecta a uno de cada cuatro adultos, según la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH). El hígado acumula grasa de forma silenciosa. Al principio no duele, no molesta y no avisa. Solo cuando avanza puede derivar en problemas más graves como fibrosis, cirrosis o cáncer hepático.
Causas de la acumulación
La acumulación puede deberse principalmente a dos causas: la enfermedad hepática alcohólica, vinculada al consumo de alcohol, o la esteatosis hepática metabólica (EHMET o MASLD), relacionada con obesidad, resistencia a la insulina y alteraciones metabólicas. Un factor clave en esta situación es el azúcar, especialmente la fructosa añadida presente en refrescos, bollería o cereales ultraprocesados. A diferencia de la glucosa, la fructosa se metaboliza casi en exclusiva en el hígado, lo que incrementa la producción de grasa.
Un aliado inesperado
Entre las recomendaciones clásicas —evitar azúcares simples, grasas trans y alcohol—, la ciencia ha comenzado a prestar atención al café. Según el doctor Javier Escalada, endocrinólogo y Director del Departamento de Endocrinología y Nutrición de la Clínica Universidad de Navarra, lo ha explicado así para la revista Hola: “El café no solo es seguro, sino que su consumo se asocia a menor riesgo de progresión del daño hepático. Incluso puede reducir las transaminasas y proteger frente al carcinoma hepatocelular”.
Distintos estudios, recogidos por Cleveland Clinic, también demuestran que el café ayuda a reducir la inflamación y previene la acumulación de grasa en el hígado gracias a sus antioxidantes. Como ha señalado el doctor Jamile Wakim-Fleming, se activa un proceso llamado autofagia, que elimina células dañadas y protege al órgano frente a la fibrosis.
El té verde como aliado
Paralelamente, el té verde también se consolida como un aliado. Sus catequinas y antioxidantes ayudan a reducir la grasa hepática, mejorar el perfil lipídico y ejercer un efecto antiinflamatorio. La evidencia es más sólida en el té verde que en el negro o el rojo. Sin embargo, es importante señalar que los beneficios se observan en la infusión tradicional, no en extractos concentrados en cápsulas, que en dosis elevadas pueden dañar el hígado.
Un gran estudio poblacional en los Países Bajos, publicado por Journal of Hepatology, analizó a más de 2.400 personas y encontró que quienes tomaban tres o más tazas de café al día tenían menor rigidez hepática —un indicador de fibrosis— en comparación con quienes no lo consumían. El efecto también se observó en consumidores de infusiones de hierbas.
Un enfoque integral
Es importante poner las cosas en contexto. Ni el café ni el té verde son una solución mágica. Funcionan, pero dentro de un estilo de vida saludable. Los médicos insisten en que la base del tratamiento del hígado graso es cambiar el estilo de vida. Esto implica seguir una dieta mediterránea, hacer ejercicio, evitar alcohol y tabaco, dormir bien y controlar el estrés. La nutricionista Isabel Higuera ha señalado que “el conjunto de la dieta es más importante que los alimentos de manera aislada. En estos pacientes es clave consumir suficiente fibra, proteínas magras y grasas saludables, pero siempre adaptado a cada persona”.
Más allá de la taza
El hígado graso no avisa, pero tampoco es un destino inevitable. No existe un remedio milagroso, aunque la ciencia indica que los pequeños hábitos cotidianos pueden marcar la diferencia. Entre ellos, algo tan simple como el café o el té verde, que no solo ayudan a despejar el sueño, sino que también parecen proteger al hígado. Esto nos recuerda que la salud comienza con gestos tan sencillos como lo que comemos y bebemos diariamente.
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