Esta nota se publicó el 17 de agosto de 2020, cuando se cumplieron 15 años del debut de Messi en la selección argentina.
“Fue increíble lo que hizo el árbitro. La sanción fue muy severa para el chico. Como mucho era una amarilla”. A la distancia, suena como la defensa más impensada. José Mourinho apoyaba a quien con el tiempo se convertiría en un archienemigo por las batallas entre Real Madrid y Barcelona. Dijo esas palabras minutos después de terminado el partido entre Hungría y Argentina, el 17 de agosto de 2005, en el que Lionel Messi fue expulsado por Markus Merk luego de apenas un minuto y 32 segundos en la cancha.
¿Qué hacía Mourinho en Budapest? Como entrenador de Chelsea, estaba “cuidando” su inversión. Hernán Crespo, por quien el club inglés había pagado 30 millones de dólares, fue convocado para ese partido por José Pekerman. Mourinho se acercó a ver el partido amistoso, aprovechando que el equipo envió un avión privado para llevarlo de regreso a Inglaterra. Sobre Crespo, que no jugó un buen partido, solo comentó: “Lo mejor es que no vuelve lesionado”.
Messi, que todavía no era titular en Barcelona, venía de jugar 24 minutos en un partido por la Champions League ante Werder Bremen. En la selección, había ganado el Mundial juvenil de Holanda y todos los ojos se posaban sobre él. Sin embargo, el estadio Feren Puskas estaba a menos del 50% de su capacidad. Muchos eligieron asistir al Sziget Festival, el mayor festival de rock de Europa del Este, que finalizaba ese mismo día. Messi recibió la visita de Zolee Ganxsta, el baterista de Sex Action, quien era un fanático del fútbol argentino.
Messi apenas empezaba y todavía era sencillo acceder a él. Cualquiera que pasaba por ese lobby podía detenerse, sacarse fotos y hablar un rato con el juvenil. En su emoción por ser citado por primera vez diría una frase tristemente premonitoria: “Me conformo con jugar un segundo”. En realidad jugó 39 segundos más que eso, tocó un par de veces la pelota y se fue desconsolado. Incluso una hora después de aquel partido seguía llorando en el vestuario por la expulsión que aún es un récord para la selección argentina.
Entró por Lisandro López a los 18 minutos del segundo tiempo. Tiró una pared con D’Alessandro y en la jugada siguiente metió su primera gambeta. Pasó en velocidad al defensor Vilmos Vanczák, quien lo tomó de la camiseta. Messi lo sacó con un movimiento del brazo y el resto es historia.
La expectativa fue enorme, como la decepción. La periodista Cristina Cubero comentaba indignada: “Lo he visto a Merk hablando con Lotthar Matthäus en el entretiempo, todo risas y bromas. Por mucho menos que eso, en la Champions League lo sancionarían”. Otros señalaban que se trataba de una “vendetta” contra Barcelona. Si los periodistas argentinos estaban perplejos, los catalanes estaban furiosos.
Messi no dejó de llorar. “No me van a llamar más”, le dijo a Pablo Zabaleta, otro que hacía su debut. En el camino entre el vestuario y el ómnibus, miró a los periodistas y hizo un gesto como diciendo que no tenía nada para decir.
Después de la cena, cerca de la medianoche, Messi bajó al lobby y, algo más tranquilo, dijo: “Estoy triste. Me agarró y lo quise sacar de encima. Tenía 25 minutos y no pude jugar nada. Es injusto. Yo no hice nada”. Hablaba como un chico. Eso es lo que era.
Con el ómnibus rodeado de hinchas que buscaban autógrafos, el camino tardó en despejarse. En un intento por cambiar el clima, varios jugadores empezaron a cantar canciones de cancha de la selección argentina. Messi no se movió de su asiento, miraba fijo la ventana. Leo Franco, el arquero titular, intentó animarlo, pero no consiguió sacarle ni una mueca.
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