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Cita en prisión de Ucrania con mercenarios rusos: “Tengo suerte de estar vivo”

Oluwagbemileke Kehinde, un mercenario nigeriano de 29 años, acaba de salir de su celda en una prisión ubicada en la provincia de Kiev, que no se identifica por razones de seguridad. Tras una breve interacción con un soldado, quien le permite saludar, Kehinde expresa su alivio: “Tengo suerte de estar vivo”, tras haber sido capturado en julio en el sur de Ucrania por fuerzas rusas. Su vida ha cambiado drásticamente en los últimos cuatro años.

En la prisión, Kehinde no es el único extranjero. Los guardias abren las ventanas de las celdas, donde se observan a varios reos, algunos de ellos mercenarios reclutados por Rusia. Aunque no se conocen cifras exactas, se estima que son miles. A cambio de su participación, se les promete un salario de aproximadamente 2.000 euros al mes y un pasaporte ruso.

Mientras se prepara para regresar a su celda, Kehinde se encuentra con otros internos, incluidos egipcios que también han sido reclutados. Hassan, un egipcio de 28 años, comparte que firmó un contrato con el ejército ruso hace un año con la esperanza de obtener un pasaporte que le permita regresar a su país. Sin embargo, teme que, al volver a Egipto, enfrente una larga condena en prisión.

La prisión alberga a varios combatientes extranjeros, incluidos chinos y norcoreanos, capturados por el ejército ucraniano. Kehinde, junto con otros mercenarios, busca una salida a su situación a través de posibles intercambios de prisioneros, ya que las autoridades han canjeado a más de 10.000 militares desde febrero de 2022. Sin embargo, su estatus como poseedores de pasaportes rusos complica su retorno a sus países de origen.

Kehinde, quien tiene cicatrices visibles de las heridas sufridas en combate, se muestra renuente a hablar sobre su experiencia, temiendo que sus palabras puedan afectar un posible canje. A pesar de sus circunstancias, comparte fragmentos de su vida, desde su deseo de estudiar en Rusia hasta su decisión de unirse al ejército a cambio de libertad. Reconoce que su camino hacia la guerra fue impulsado por la desesperación y las dificultades económicas.

Con una perspectiva crítica, Kehinde reflexiona sobre el conflicto y la situación en la que se encuentra, afirmando que “Rusia ha sido para mí un buen país” y lamentando que su vida haya tomado este rumbo. Al final de la conversación, regresa a su celda, donde se le sirve una comida sencilla, mostrando una resignación ante su destino.

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