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Ángel Di María: “Volvería a pasar por todas las malas para sentirme querido”

ARROYO SECO, Santa Fe.– Está donde siempre quiso estar, y regresó para disfrutar esa plenitud. Sentado en un sillón del predio que Central tiene a pocos kilómetros de Rosario, a Ángel Di María se le dibuja una enorme sonrisa mientras cuenta la anécdota. “A la chata ya la conoce todo el mundo, ya la tienen identificada”, acepta con una resignación que casi lo divierte. La chata es su camioneta negra. “Un día fui a la casa de mi hermana, que vive cerca de la cancha de Central. Le llevaba a las nenas porque iban a ir todas juntas al cine, y pasó una moto. Y dio la vuelta y volvió a pasar, hasta que me tocó el vidrio de la ventanilla. Bajo y me dice: ‘Sabés que me di cuenta de que eras vos por la patente‘, ja,ja, ¡hasta la patente ya tienen! Y nos sacamos una foto. Eso te da una idea de la locura, la enfermedad que tienen los hinchas acá”. Y ríe.

Ángel Di María necesitaba volver a sentir eso.

–Justo por motivos de seguridad, y a raíz de las amenazas del año pasado que demoraron tu vuelta, ¿cómo te manejás? ¿Tenés precauciones, custodia?

–… No, no, me manejo solo, vida normal. Ya se lo había dicho a Gonzalo [Belloso, el presidente de Rosario Central] en su momento: yo quiero venir a jugar y a vivir, ¡pero a vivir! Salir, poder hacer cosas, vivir. Yo no vine a la Argentina para estar encerrado. Y vos te das cuenta también de con qué actitud se acerca la gente, de lo que puede ser sospechoso al verdadero y genuino afecto del hincha. Lo manejo muy bien y estoy tranquilo.

–Antes estabas de paso, y ahora sos ciudadano a tiempo completo. ¿Con qué Rosario y con qué país te encontraste?

–Miro las noticias acá y las cosas que salen al exterior son más graves de lo que en realidad está ocurriendo. ¿Si pasan cosas? Sí, desde ya, y se ve a cada rato, pero lo que digo es que allá las cosas llegan, digamos, como subidas de tono. Pasan cosas, sí, y uno intenta nunca perder la calma. El país está como está y a uno le toca saber adaptarse también.

–Soñaste durante años con volver a Rosario Central. Ocurrió. ¿Cómo es vivir el sueño?

–Estoy tan feliz… muy contento de haber concretado mi sueño. Al fin y al cabo, era lo que deseaba, y me costó, porque como siempre en mi vida, hubo muchas paredes que derribar. Nunca nada fue fácil, siempre hubo problemas, pero al final se terminó dando, era lo que cerraba el círculo. Volver a vivir a Argentina era la única opción, es lo que queríamos mis hijas y la familia, pero, además, el broche perfecto era estar en Central, convivir en el predio, ir a los partidos en el colectivo, ver a la gente por todos lados, volver a ponerme la camiseta y jugar… solo me faltaba eso para terminar de la manera que yo quería. Esa ya había sido la idea el año pasado, pero sabemos las circunstancias por las que no se pudo, y se esperó, se aguantó y de vuelta se comió otro poco de mierda, pero se terminó dando.

–¿Esperabas las ovaciones, más allá del Gigante de Arroyito?

–La verdad… me sorprendió, me sorprende… Es mucho más de lo que me había imaginado. Los partidos de visitantes, contra Lanús y en Tucumán fueron sorprendentes… Porque no olvidemos que tengo puesta otra camiseta, es un club, ya no es la selección, e igualmente la gente me aplaude, me ovaciona, quiere saludarme… Pero voy más allá de mi persona: me ha servido para terminar de darme cuenta de la magnitud de lo que logramos con la selección argentina, pasamos todos los límites y atravesamos mucho más que el corazón de la gente. Me toca a mí, acá, estar disfrutando de todo eso.

–Frente a tantas muestras de afecto de los hinchas, nunca pensás: ‘¿Por qué antes me la hicieron tan difícil…?’

–No, rencor no, ni venganza contra nadie. Los argentinos somos un poco así, qué se yo, es difícil explicarlo, ¿no? Como si en algún punto nos gustara poder burlarnos… pero, ¿sabés? Yo volvería a pasar por lo mismo, todo exactamente igual, no cambiaría nada con tal de que la historia terminase así. Volvería a pasar por todas las malas para sentirme tan querido como ahora.

–¿Y qué evaluación hacés de tu vuelta a las canchas argentinas?

–Yo siento que no me costó adaptarme. Escuché a varios que dijeron que todavía hay que darme tiempo, y yo siento que no me costó. Las canchas secas, quizá, me pueden costar un poco más, pero lo que es el juego, no. ¿Que me pegan, que hay roces? Pero no es conmigo, el fútbol argentino es así, y yo ya venía preparado.

–¿Cómo sos como papá?

–Intento darles todo, y mi mujer, más todavía. Yo soy un poco más duro, digamos, y Jor es la que larga más. No tuvimos una infancia fácil, ninguno de los dos; la mamá de Jorgelina era cocinera en una escuela y mi suegro un laburante. Como nosotros, no sobraba nada ni nos íbamos de vacaciones. Entonces queremos darles todo, pero con sus responsabilidades, con cumplir con la escuela, con los estudios, y sus obligaciones.

–¿Y qué te pasa con los rivales? ¿Notás algo diferente en ellos?

–Cuando se me acercan los chicos a saludarme veo en sus caras que quieren decirme más de lo que pueden porque está por comenzar el partido. O cuando estamos en el túnel, ahí, a minutos de entrar en la cancha, y sentís las miradas de ellos… A muchos les gusta eso, se sienten cómodos en esos momentos, pero yo no, a mí no me gusta, me pongo muy incómodo, yo quiero jugar al fútbol y nada más.

“Leo tiene que jugar el Mundial como sea”

Nacieron separados por apenas 235 días, y los dos en el Hospital Italiano de Rosario. Pero no se enfrentaron ni en las infantiles de Central-Newell’s ni entre los clubes Abanderado Grandoli y el Torito. “Nunca escuché el apellido Messi en Rosario cuando fui chico. Él es categoría ‘87 y yo soy ‘88, y quizás eso ya evitó cualquier cruce. Pero nunca supe de él. Después se fue muy chico y tampoco escuché su nombre cuando entré en las selecciones juveniles con 15 años”, relata Di María. Vaya vueltas del destino, tan cerca y tan lejos.

–¿Llega al Mundial 2026?

–Sí, sí, esté como esté, Leo tiene que jugar el Mundial como sea. Es él, y él también provoca que la selección siga creciendo y la gente tenga la ilusión. Es él. Es como cuando estaba Diego. Son ellos y no hay más que ellos. Son de otro planeta, no son de acá. Entonces hay que seguir disfrutándolo y ojalá que Leo llegue de la mejor manera.

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