Un cerco de cipreses era la única división entre el jardín de una casa en Olivos y el de los vecinos. A mitad del cerco se había formado un hueco perfecto que podía ser atravesado por cualquier niño. Así, era posible pasar de un jardín a otro sin mayores inconvenientes. No está claro si el pasaje siempre estuvo ahí o si se fue formando con el tiempo. Cuando venían amigas, se podía jugar a las escondidas en ambos jardines. Las casas eran gemelas y estaban construidas en espejo.
A veces se cruzaba el cerco para ir a la casa vecina a ver dibujos animados en la televisión. Era común hacerlo sola, sin que a nadie le llamara la atención. En ocasiones, se leía un libro al sol, boca abajo sobre una lona junto a su madre, o se regaba el jardín de al lado. Había épocas en que el cerco se llenaba de vaquitas de San Antonio, que se quedaban pegadas en la resina de los árboles. El padre explicaba que esa resina podía convertirse en ámbar, lo que cautivaba la imaginación.
La historia de la Cámara de Ámbar, un salón completamente recubierto de ámbar, es fascinante. Levantada en el siglo XVIII, fue un regalo diplomático al zar Pedro el Grande y fue considerada “la octava maravilla del mundo”. Originalmente construida en Prusia, fue trasladada a Rusia y rediseñada para ser instalada en el Palacio de Catalina, donde deslumbraba a visitantes y cortesanos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se intentó conservar la Cámara de Ámbar, pero fue desmantelada por los nazis en un corto período. Desde entonces, se perdió todo rastro de la cámara, y aunque algunos creen que fue destruida, otros sostienen que podría estar en un barco hundido o en un depósito olvidado. En 1997, se encontró un fragmento de mosaico que pertenecía a su decoración, pero el misterio de la Cámara de Ámbar persiste.
En 2003, se inauguró una réplica en el Palacio de Catalina, realizada con un meticuloso trabajo artesanal. Aunque lograron crear un espejo de la original, el brillo del misterio que rodea a la Cámara de Ámbar se mantiene intacto.
Cuando las casas gemelas de Olivos se pusieron a la venta, surgieron preguntas sobre lo que quedaría de ellas tras la demolición. Las casas de la infancia, aunque ya no estén, siguen viviendo en la memoria y permanecen con las puertas siempre abiertas para ser visitadas.
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