Durante este año y medio, mantener la honestidad intelectual ha sido complicado. En vísperas de una elección trascendental, el problema se agudiza: los ciudadanos sensatos y republicanos se sienten acorralados y temen un “día después” que podría ser dañino para la economía. La esperanza para un gobierno debilitado radica en que el miedo al kirchnerismo despierte a quienes han perdido la fe en el sistema. Sin embargo, la opinión pública ha presenciado un “strip-tease” escalofriante donde el oficialismo se ha ido despojando de sus supuestas virtudes, quedando expuesto en su incapacidad para estabilizar la economía y gobernar de manera efectiva.
Cuando figuras de la ortodoxia como Broda, Arriazu y Cavallo alertan sobre los errores de la política económica y coinciden con los pronósticos de economistas como Melconian y Redrado, es evidente que la credibilidad del gobierno está comprometida. Este ambiente de hipocresía ha llevado a la ciudadanía a cuestionar la integridad de la administración actual, que se encuentra en medio de un escándalo de corrupción creíble para muchos.
Además, el intento de copiar prácticas del peronismo ha resultado en un aumento de la desconfianza. A medida que el oficialismo enfrenta derrotas provinciales, los gobernadores e intendentes, que podrían haber colaborado, han optado por retirar su apoyo. En el Congreso, Javier Milei ha logrado una unidad nacional, pero en su contra. Si bien algunos sectores de la población le pidieron que fuera contra todos, ahora se dan cuenta de que sin una estrategia de acuerdos, la estabilización y las reformas serán imposibles.
Independientemente del resultado electoral en octubre, el modelo basado en el odio ha demostrado su fracaso. La situación actual refleja una deshonestidad intelectual que ha generado descontento, en un contexto donde muchos han cedido a la tentación de comprometer sus principios.
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