“Cualquier cosa que se vuelva política siempre es para mí un tema viejo, que se vuelve aburrido y un poco complicado”. En el comienzo de una extensa charla con LA NACION, Agustina Macri deja en claro de qué preferiría no hablar. Como si su bajísimo perfil público se construyera día a día a partir de la distancia que mantiene con cualquier comentario ajeno a su trabajo y compromiso como cineasta.
Esa voluntad de silencio sobre los temas de actualidad asumido con plena conciencia desde hace mucho tiempo por la hija mayor del ex presidente Mauricio Macri contrasta con el entusiasmo que transmite al hablar de Miss Carbón, su segundo largometraje, con fecha de estreno ya confirmado en los cines argentinos para el 2 de octubre, previo recorrido por algunos festivales internacionales. Ya pasó por el Sanfic (Santiago de Chile) y lo hará muy pronto en San Sebastián.
En Miss Carbón, Agustina Macri lleva a la pantalla la historia real de Carla Antonella “Carlita” Rodríguez, la primera mujer que logró superar una veda histórica para acceder a la mina de carbón de Río Turbio (Santa Cruz) y trabajar en el lugar. Con Lux Pascal (la hermana menor del astro de Hollywood Pedro Pascal) como protagonista, la película confirma el acercamiento de la realizadora a casos reales protagonizados por mujeres expuestas a situaciones límite a través de causas de altísima exposición y no poco riesgo. Su ópera prima fue Soledad, con Vera Spinetta personificando a una joven argentina asumiendo la militancia anarquista en Italia.
“Este es un momento en el que cada cosa que decís se magnifica y tergiversa. Y en ese sentido a mí me toca estar en un lugar complicado”, dice sobre su decisión de mantenerse bajo el radar. “Obviamente no estoy contenta con todo lo que está pasando en la Argentina, es algo que me entristece y me preocupa. Sobre todo, ahora que vivo en España desde hace un par de años, por estar en un país que apoya tanto a su cine y por la cantidad de mujeres directoras que aparecen. Te da más tristeza todavía”, agrega.
-Cuando te convocan para algún proyecto, ¿aparece en tus interlocutores la referencia a tu apellido o alguna pregunta conectada con él?
-Cada vez menos. Ahora directamente no. Lo que me pasa como directora y como mujer es que cada proyecto se convierte en una decisión personal muy fuerte, pensada y con intención. Ahora estoy trabajando mucho más por oficio. Y tratando de ponerme en juego, encontrar qué quiero contar en una película. También siento cada vez más que hay historias que deben ser contadas sí o sí por mujeres.
-A propósito, con Miss Carbón seguís explorando casos reales de mujeres llevadas en un momento a vivir y a moverse en los márgenes de la sociedad. Pero en Miss Carbón, a diferencia de Soledad, tomás mucho más partido por la protagonista de la historia.
-Puede ser. Tal vez tenga que ver con mi evolución. Una va creciendo y se siente más segura, más confiada. Pude establecer un vínculo muy fuerte con la auténtica Carlita y lo mismo me pasó con Soledad, aunque no estaba ahí. Tengo una conexión emocional muy fuerte con esta clase de personas. Y el caso de Carlita lo viví como algo muy natural: que viviera en Río Turbio, que fuera minera y mujer trans, que haya luchado por sus derechos contra todo ese sistema machista.
-Darle voz a la verdadera Carlita Rodríguez.
-Ella me contó que desde siempre tuvo el sueño de ser minera. Y ella misma, con su fuerza y seguridad, es quien por su identidad trans logró hackear el sistema machista y patriarcal de la mina y del pueblo. Nunca hasta ese momento una mujer había logrado ser minera.
-A propósito de eso, ¿qué pasó con tu participación en Máxima, que tanta expectativa generó? Se había anunciado tu nombre para dirigir la serie, pero al final quedaste afuera.
-Cuando me llamaron por primera vez pensé que era una experiencia muy interesante podía aportar mucho para el tramo argentino de la historia que transcurría en la niñez y la adolescencia de Máxima en esa primera temporada. Sentí que estaba en el momento justo de mi vida para contar esta historia. Empecé a investigar, fui al colegio (que compartí con ella como estudiante), estuve en todos los castings. Hasta que llegó el Mundial. Y aquel partido chivo contra la selección holandesa.
-¿El del último Mundial, con Messi diciéndole a un jugador holandés “¡Andá p’allá, bobo!” después de eliminarlos?
-El mismo. Ahí sentí de repente que había una mirada de la gente de los Países Bajos sobre el proyecto que no era la que yo tenía. Ellos querían algo más liviano, quizás. Yo no me negaba a la historia de amor, pero no tenía en la cabeza algo como The Crown. Yo trataba de explicarles que en la Argentina no comemos dulce de leche arriba del caballo y bailamos tango en medio de un asado.
-Una mirada pintoresquista. Casi exótica.
-Exacto. No estaba cómoda. Sentía que había que ir por otro lado. Me dio mucha pena dejar el proyecto, pero al mismo tiempo me sentí muy bien conmigo misma y con la decisión que tomé. No quería hacer algo solo por el hecho de hacerlo. Me fui en muy buenos términos. Ya encontraré el momento y la oportunidad.
-¿Pudiste hablar con Delfina Chaves?
-Tuvimos hace poco una charla y compartimos experiencias. Ella es muy amorosa y trabajó un montón. Es un desafío llevar adelante una serie que está 100% apoyada en los hombros de una sola actriz. El trabajo que hizo en la segunda temporada, donde habla casi todo el tiempo en holandés, fue enorme. Por suerte, en ese momento Miss Carbón empezó a tomar más fuerza y se convirtió en prioridad.
-¿Cómo llegó Lux Pascal a este proyecto?
-Apareció cuando empezamos con Erika a pensar en nombres posibles. Lux estaba ese momento en el medio del proceso de su propia transición de género. Había hecho La jauría con Lucía Puenzo y se fue a estudiar a Juilliard, en Nueva York. Allí perdió un poco de visibilidad y se concentró más en el estudio. Nos dimos cuenta de que iba a ser una oportunidad muy buena para que ella tuviera su primer protagónico como mujer. A las dos nos gustaba Lux, a la productora también y la llamamos. Al principio ella tenía sus dudas, pero siempre dice que la convencimos cuando le dijimos que queríamos contar el sueño de Carlita de ser minera, no tanto poner el foco en su transición. Ahí empezó el camino.
-Le dieron tiempo.
-Tiempo y un montón de espacio. Entre todas, Erika, Carlita, Lux y yo, hicimos un pacto tácito. Ella no iba a hacer un trabajo de recreación, sino su versión de Carlita. Fue muy interesante verla mientras asumía ese proceso como mujer trans. Tuvimos un montón de conversaciones previas, empezamos muy suave, hablando de la vida, de las películas, de lo que más le gustaba, conociéndola. Cuando vino a Madrid el trabajo se hizo más fuerte, varias sesiones de preparación con Juan Carlos Corazza. Después se sumaron los actores, Laura Grandinetti, Paco León. Tuvimos varios ensayos para las escenas de intimidad que Lux y Paco comparten. No fue solo un trabajo sobre el papel.
-¿Cómo la definirías?
-Lux no tiene techo. Puede hacer lo que quiera. Es muy bella además, fotográficamente fue muy fácil trabajar con ella. Y muy generosa, con mucha confianza en sí misma. Un día me dijo: “Estamos haciendo muy salvaje”. Fue un desafío muy grande. El rodaje se hizo muy largo, hacía muchísimo frío. Y lo que cohesionó a todos fue que Carlita estaba siempre con nosotras. Ayudaba en todo, se quedaba hasta el final, desarmaba las luces, las vías, cerraba los camiones. Sentíamos que había que dar el doble con ella al lado. Siempre supimos que teníamos que contar la historia más luminosa posible, porque la realidad de Carlita había sido muy dura.
-Filmaste en la Patagonia, vivís en Madrid, tu próximo proyecto va a ser en Italia. ¿Dónde estás parada en este momento? ¿Cómo mirás el mundo desde tu lugar de artista?
-Esa parte de nomadismo en mi vida para mí no es tan complicada. Yo ya había vivido en Barcelona y ahora tengo el deseo de probar cómo me va en Madrid. Usar esta ciudad como base en el mundo. En un momento me iba a ir a los Países Bajos por lo de Máxima, estuve viendo algo en México, venir acá. Donde surja un proyecto, yo iré. Tengo muchas ganas de hacer una película en inglés en Estados Unidos. Después de Italia quizás lo próximo lo haga en Uruguay, un proyecto más chiquito. No me quiero quedar con una sola cosa. Me siento una artista de mundo pero la Argentina es mi casa, es mi país.
-¿El cine es tu elección actual? ¿O más allá del proyecto frustrado de Máxima te gustaría volver a dirigir series, como te pasó con Limbo?
-La miniserie es un formato desafiante y lleno de exigencias. Cuando volví al largometraje sentí una especie de alivio porque estaba de nuevo en un espacio más artesanal y obviamente más controlable. Mezclar una serie de 10 episodios equivale a 500 minutos, y en una película son 90, 100. Ahora estoy también con un proyecto de serie en España, pero la película es el formato que más me gusta.
-¿Hay algún personaje de la historia o la realidad de la Argentina que esté dando vueltas por tu cabeza para llevarlo algún día al cine?
-Hay un proyecto todavía irrealizable, porque es muy caro y muy grande, pero que me encantaría hacer, contar la historia de Lola Mora. Lo estuvimos trabajando con Natalia Moret, gran amiga, guionista y compañera de la facultad de Sociología. Lola Mora es un personaje increíble. Como Juana Azurduy, una mujer que hizo camino a su manera en la historia argentina. Contar su historia como si fuera un western, andando a caballo por las montañas. Alguien que siempre da vueltas por mi cabeza es María Luisa Bemberg, me gustaría rendirle tributo de alguna manera, fue una adelantada total.
-¿Tu papá vio Miss Carbón?
-No, todavía no. Pero en cualquier momento lo va a hacer.
-¿Y Soledad?
-Sí, y le gustó mucho. Me dijo también que le pareció una historia muy triste y me pidió que no lo hiciera llorar más. Que haga películas más alegres.
-¿Habrá entonces alguna comedia entre tus futuros proyectos?
-Me cuesta, me cuesta. Quizás alguna comedia negra. Con el día a día que tenemos en el mundo, al llegar a casa querés ver algo que te distraiga, que te haga reír en vez de llorar. Pero veremos. No quiero cerrarme a nada, pero claramente hacer comedia no está en mi naturaleza.
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