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La historia del narcotráfico mexicano se escribe en los juzgados de EE.UU.

Las coordenadas del narcotráfico han cambiado en Norteamérica. Las antiguas montañas del triángulo dorado, origen del tráfico de drogas en México, han dejado paso a una ruta que va de Nueva York a Colorado, con paradas obligadas de sus protagonistas, líderes del trasiego que ahora viven en prisión, condenados o en la sala de espera. Joaquín El Chapo Guzmán, de 68 años, Ismael El Mayo Zambada, de 77, y Rafael Caro Quintero, de 72, han cambiado sus poblados de Sinaloa por cárceles en Estados Unidos, como MDC Brooklyn y ADX Florence, espacios que contienen lo que queda de ellos, vencida su aura mística y derrotado su poder criminal.

Este proceso ha sido lento y pocos se atreverían a calificar de éxito sus capturas. Cada uno llegó a su manera. El Chapo fue el primero, extraditado a EE.UU. de acuerdo al tratado en cuestión, un alivio para el sistema carcelario mexicano, que apenas pudo mantenerlo en sus prisiones, de las que escapó en dos ocasiones. Luego fue el turno de El Mayo, secuestrado en Culiacán hace un año por parte de sus antiguos aliados, transportado en avioneta al otro lado de la frontera. Finalmente, Caro Quintero fue enviado a Estados Unidos mediante un extraño artificio legal, entregado en virtud de la ley de Seguridad Nacional, según el actual Gobierno mexicano.

La discusión ahora gira en torno a la identidad del cuarto rey del narcotráfico, lo que plantea el mundo delictivo con una solidez que no tiene. Las drogas siguen llegando a Estados Unidos a pesar del encierro de estos tres líderes, lo que revela la fluidez del narcotráfico y la capacidad de adaptación de las redes de trasiego. Las figuras que aparecen como líderes han perdido relevancia en un mundo que ha cambiado.

El calendario se ajusta a las sentencias. En 2019, la justicia estadounidense condenó a El Chapo a cadena perpetua más 30 años. Con Caro y El Mayo, la situación sería similar. Este verano, la Fiscalía estadounidense anunció que no buscaría la pena de muerte para ninguno de los dos, un hecho notable en el caso de Caro Quintero, quien es considerado un enemigo irreconciliable de la nación por su participación en el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena hace 40 años.

El Mayo ha seguido su propio camino, aunque el resultado será similar al del Chapo. Esta semana, aceptó su culpabilidad en dos de los cargos que le imputaban: dirigir una empresa criminal de manera continuada y violaciones a la ley RICO. El Mayo admitió haber traficado al menos 1.500 toneladas de droga a EE.UU., haber sobornado a políticos y haber ordenado asesinatos, antes de pedir perdón. Su abogado sugirió que su colaboración con la justicia concluiría ahí.

Mientras Zambada espera su audiencia para conocer su sentencia en enero, el Departamento de Justicia sigue adelante con el caso de Caro Quintero. Sus abogados han pedido compasión para el capo de 72 años, quien se encuentra en aislamiento casi las 24 horas del día. Esta situación es similar a la que enfrentó El Chapo, quien protestó por las condiciones en la cárcel de máxima seguridad donde esperó su juicio.

La próxima audiencia de Caro Quintero está fijada para el 18 de septiembre. Sin embargo, la verdadera historia se escribe tras bambalinas, como ha ocurrido con el Mayo o con los hijos detenidos del Chapo, especialmente Ovidio, alias El Ratón. En julio, Ovidio se declaró culpable de narcotráfico y lavado de dinero, evitando así los peores castigos del sistema de justicia estadounidense, aunque deberá dar algo a cambio: dinero e información que permita a las autoridades continuar su cruzada.

La situación de Caro Quintero refleja la complejidad de la negociación y el futuro incierto que enfrentan los capos del narcotráfico, quienes han sido enviados a las cárceles de EE.UU. en los últimos años. La caída de la realeza criminal sinaloense subraya un paradigma evidente: México no quiere juzgar a sus narcos, y sus cárceles a menudo son meras extensiones de sus escenarios delictivos.

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