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La crisis del programa económico libertario y su impacto

El menemismo del siglo XXI comparte con el original la vocación de estabilizar la economía, el credo anti Estado y un liderazgo vanidoso, con tendencia a la frivolidad farandulera. Javier Milei le añadió como sello personal un férreo imperativo moral que actúa como paliativo del dolor que su programa de ajuste está destinado a infligir. Ofrece ser como Menem, pero sin la corrupción.

Los audios de Diego Spagnuolo, en los que se habla con desparpajo de un sistema de coimas en el área de Discapacidad, perforaron el escudo ético detrás del cual se guarecía Milei mientras señalaba miserias ajenas. La difusión de ese enchastre hundió al Presidente en la perplejidad y desnudó carencias básicas del equipo que debe protegerlo, entrenado para aplaudir al líder, pero sin cohesión ni pericia para navegar la adversidad.

Es una crisis que no solo afecta el prestigio de Milei sino que proyecta una amenaza existencial sobre la estrategia económica que trazó el gobierno libertario.

Desde abril en adelante, cuando se levantó el cepo cambiario para individuos, el Presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo, advirtieron de manera más o menos explícita que tenían la determinación de hacer lo que fuera necesario para llegar a las elecciones con la inflación a la baja y el dólar tan quieto como pudieran.

Los crecientes desequilibrios y una serie de intervenciones en el mercado reñidas con el liberalismo que pregonan serían apenas transgresiones pasajeras. Un triunfo electoral abrumador (“la libertad arrasa”) ordenaría la política, calmaría las tensiones financieras y allanaría el camino de las reformas estructurales que el Gobierno pactó con los acreedores internacionales. El riesgo país bajaría, volvería el financiamiento barato y llegarían las inversiones internacionales.

El sendero empezó a torcerse antes de que conociéramos la voz y el desparpajo de Spagnuolo. Los intentos de contener el dólar derivaron en una suba astronómica de las tasas de interés capaz de enfriar seriamente la actividad. Hay una guerra declarada a los bancos, a los que les han subido a niveles pocas veces vistos la cantidad de dinero que deben dejar inmovilizado. Se los obliga a tomar deuda en nombre de la libertad. El riesgo país vuelve a los niveles previos al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los activos argentinos sufren. Pese al torniquete monetario, la presión sobre el mercado de cambios no cede.

Caputo insistió en que todas estas anomalías serán transitorias porque “las elecciones serán muy favorables para LLA”. Escribió esta semana: “El alto riesgo político que hoy asigna el mercado (dados los últimos intentos de romper con el equilibrio fiscal por parte del Congreso), y que evidentemente lo tomó por sorpresa, va a colapsar pronto”.

Todo se debe, en palabras del oficialismo, al “riesgo kuka”: el miedo de los actores económicos a que el kirchnerismo gane las elecciones. Milei lo repitió casi textual en su discurso del jueves ante los empresarios del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp).

En el sector privado resuena una pregunta incómoda, que conecta con el segundo problema del diseño político-económico del Gobierno: si la normalización depende de un triunfo categórico de La Libertad Avanza (LLA) en las elecciones, ¿qué pasaría si a Milei le va peor de lo esperado?

El escándalo de Spagnuolo subraya esa incógnita fundamental de estas horas. Al menos los comicios bonaerenses de la semana próxima transcurrirán en un clima de zozobra social ante las sospechas de que el “gobierno anticasta” se habría plegado a la fiesta impúdica de los privilegiados que hacen negocios a costa del Estado.

A Milei se lo vio estos días como un hombre a la intemperie. El primer acto reflejo de su entorno fue culpar al kirchnerismo por la difusión de los audios. Como si Spagnuolo no hubiera sido un amigo personal del Presidente, que lo invitaba a escuchar ópera y a comer empanadas al auditorio de la quinta presidencial.

Las encuestas registran una afectación de la imagen de Milei que se inició antes del caso de los audios. Pero el daño en la carrocería oficialista no maquilla la indigencia política de sus adversarios, atrapados en un círculo vicioso de fragmentación y rencores irresueltos.

Con la votación encima, la Casa Rosada no imagina un giro estratégico: la campaña seguirá orbitando sobre el éxito de la política antiinflacionaria y la demonización del kirchnerismo.

Las elecciones bonaerenses de septiembre son una parada complicada. Un territorio hostil donde el Gobierno empieza a resignarse a pelear un empate digno. “Será nuestro piso”, repite Milei con el paraguas bien abierto.

El reto se ubica en octubre, en las legislativas nacionales. Ganar, en ese caso, no implica solo salir primero: ese día Milei compite contra sí mismo.

Él diseñó un programa económico que requiere una señal contundente de respaldo social. Importa y mucho el porcentaje nacional: ¿es posible alcanzar el 45% con el que los ministros soñaban en público semanas atrás? ¿Y el 40%, que marca el hipotético umbral mínimo de una reelección en primera vuelta? La respuesta queda a dos meses de distancia, bajo la sombra inquietante del caso Spagnuolo y de las tormentas financieras.

El mayor riesgo consiste en que lo que viene después de octubre se parezca demasiado al presente. Un gobierno que seguirá en minoría parlamentaria y que tendrá enfrente a un grupo de gobernadores reacios a convalidar sus reformas. Una economía bajo amenaza de recesión como consecuencia del plan electoral. Una sociedad inclinada, otra vez, a la desconfianza y al cinismo.

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