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Carlos Legnani, pasión por las carreras y legado en el periodismo automovilístico

Cuarenta y nueve kilómetros al norte de Santa Rosa, promediando los años 40, un niño protestaba porque no le gustaba ir al colegio. En el pueblo de Winifreda, con unos 2500 habitantes, solía juntarse con amigos en la plaza, simulando carreras de autos con “catangas” que él mismo diseñaba con latas de aceite. Les colocaba rulemanes y, atadas con un hilo, las llevaba de un lado a otro. Su padre, Don Ángel, trabajaba en el acopio de cereales y su madre, Elsa Ormaechea, era docente. A ella no le agradaba que su hijo menor, Carlos Alberto, rechazara las escuelas a las que lo enviaban.

“Es que yo era bastante vagoneta. Mis hermanos, mayores, sí eran estudiosos. Conmigo no había caso: me escapaba del colegio de curas, me mandaban a la Escuela Agrícola-ganadera de Victorica y tampoco me gustaba. Inventaba cualquier cosa con tal de no estudiar. Mi viejo aflojó con el tiempo, pero mamá no quería saber nada. Hice hasta sexto grado y algunos meses de primer año. Después, a trabajar a rayo del sol con las bolsas de cereales. Yo quería relatar carreras de autos. Desde chico tuve esa obsesión”, recuerda.

El que cuenta detalles de su infancia es nada menos que Carlos Alberto Legnani, hoy de 86 años. Un apasionado del automovilismo y símbolo del periodismo automovilístico, creador de Campeones, una organización que abarca radio, TV, portales web, programas de streaming, revistas y libros. “Tenía la idea fija. Agarraba dos latas de salsa, las ataba con un hilo y hacía escuchar a un amigo en uno de los extremos: del otro relataba yo una carrera de Oscar Gálvez o de Juan Manuel Fangio. Era una manera de descargar mi inquietud periodística”, cuenta.

Campeones es una organización periodística respetadísima en el mundo del deporte, creada en 1963. “Caito” conoció al Aguilucho Gálvez, del que fue amigo y a quien ayudó a correr su última competencia cuando no tenía recursos. También tuvo a Fangio como comentarista en Japón y siguió la carrera de Lole Reutemann en la Fórmula 1. Relató una carrera de F2 en un pueblo recóndito de Suecia desde arriba de una escalera. La vida de Legnani está llena de anécdotas y giros inesperados.

“Cuando falleció mi padre, mi mamá se vino a Buenos Aires a ejercer la docencia y yo la visitaba. Conocí a Eugenio Ortega Moreno, relator de fútbol, automovilismo y boxeo. Él me dio la oportunidad de participar en la transmisión de la Vuelta de La Pampa, que pasaba por Winifreda. Esa fue mi primera incursión”, recuerda.

En 1958, Ortega Moreno le ofreció relatar la Vuelta de Tres Arroyos, donde transmitió la victoria de Oscar Gálvez, su ídolo. “Era un tipo muy inocente, verborrágico, ídolo. Lo acompañé en momentos difíciles de su vida”, dice sobre Gálvez, quien enfrentó varios desafíos personales.

Legnani también menciona su relación con Lole Reutemann, a quien acompañó en su carrera en la Fórmula 1. “Reutemann fue un tipo muy importante. Cuando empecé en la F1, él no corría, no existía el satélite, y transmití mi primera carrera en México 68”, explica. Recuerda cómo, en una ocasión en Montecarlo, casi duerme en la calle hasta que Wilson Fittipaldi lo ayudó a conseguir un lugar donde quedarse.

Legnani también critica la situación actual de algunos pilotos, como Franco Colapinto, a quien considera que le han hecho daño por la exposición mediática. “A Colapinto lo han inflado demasiado. Es talentoso, pero hay que saberlo llevar”, sostiene.

El legado de Carlos Legnani en el periodismo automovilístico es indiscutible, habiendo creado un imperio en las transmisiones de carreras y dejando una marca en la historia del automovilismo argentino.

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