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Una pasión marinera del lago San Roque a Malvinas

La aventura del Caoba, un velero argentino que dio la vuelta completa a la isla Soledad, es el relato de un viaje único.

El capitán Robert FitzRoy, con Charles Darwin a bordo del HMS Beagle, navega rumbo sudoeste. Su famosa exploración naval, geológica, biológica y antropológica (1832/1836) hace escala en las islas Malvinas el 1 de marzo de 1833. Han pasado dos meses exactos de la rendición del gobierno argentino, bajo ultimátum de la fragata inglesa Clío. En esos mares helados se gesta la “teoría de la evolución”. En 2020, dos siglos después, un velero argentino de 22 toneladas y 15 metros de eslora sale del Canal del Beagle y pone rumbo norte dejando atrás la Isla de los Estados. Dos días después, a menos de 100 millas de las Malvinas, su capitán, Sigfrido Nielsen, palpita la odisea que ya alienta su imaginación.

El Caoba entra a la bahía que los isleños llaman Stanley el 17 de enero de 2025. Enarbolando en popa una bandera argentina, atraca en una de las boyas del puerto. Se ha hecho a la vela el 7 de enero en Mar del Plata, haciendo escala de 36 horas en Caleta Horno para dejar pasar un temporal con vientos de 80 kilómetros por hora. Bajo el mando de Sigfrido, geólogo y geofísico cordobés, lo tripula el primer oficial Pablo Leoni, ingeniero electromecánico y excadete de la Escuela Naval Militar. El tercer tripulante, enlace con los isleños, es Alejandro Diego, futuro ingeniero industrial y veterano de la Guerra de Malvinas. Sigfrido recuerda su única falla al emprender la travesía de 11 días: “No pude conseguir un banderín de las Falkands Islands”.

En la PNA han tramitado el permiso de rigor para navegar rumbo a Malvinas, con aval de la Cancillería. “¡Qué lindo se va a poner esto…nunca lo he hecho!” sonríe un oficial novato. Cuando les recuerda que tendrían que pasar por migraciones, Alejandro responde: “¿Usted qué cree? Si las Malvinas no son argentinas, ¿por qué hubo una guerra? ¡No vamos a hacer ese trámite!”. A pesar de partir sin ese recaudo, las normas de la Organización Marítima Internacional también aplican al control de facto de un puerto por un país miembro de la ONU.

La ocupación del archipiélago de Malvinas por Gran Bretaña, en 1833 y en 1982, es un “dato” de la realidad. Las Malvinas continúan siendo territorio inglés de ultramar con su autogobierno fortalecido y ciudadanía británica plena desde 1983. Sin acatar los trámites exigidos para recorrer las aguas y territorios de ambas islas, el Caoba jamás podrá completar su trayecto por la geografía marítima y terrestre de las “hermanitas perdidas”. Asimismo, sin permiso de entrada del gobierno ocupante, jamás los familiares de nuestros caídos hubieran podido visitar las tumbas de sus seres queridos.

El velero navega respaldado por un grupo de apoyo o “tripulación terrestre”. Los médicos L. Peñafort y F. Vespa preparan un “botiquín” de auxilio que incluye equipo y agujas para inyectar suero intravenoso, y escayolas para inmovilizar miembros quebrados. El ingeniero meteorólogo V. Saravia vigila los vientos, y el ingeniero en comunicaciones C. Alberro coordina un grupo de radioaficionados.

Rumbo a los campos de batalla

Cansados pero felices, Sigfrido y sus compañeros acaban de terminar las maniobras de amarre. Exhaustos se arrojan a dormir. Al día siguiente, desde una embarcación de servicios portuarios les hacen señas. Han rescatado el gomón que había cortado amarras y se iba al garete.

Presentan su queja a las autoridades portuarias. En migraciones, aduana y la “prefectura” isleña respaldan el pleno derecho de izar la enseña de la nacionalidad del velero. Después de reponer la bandera, disfrutan del cordero y el pescado. Se disponen a hacer lo que nadie ha hecho: una singladura a lo largo de la Gran Malvina y la isla Soledad. El 24 de enero levan ancla. Han tardado 12 días, incluidos cinco desembarcos. Partirán de regreso el 12 de febrero, sumando un total de 2416 millas náuticas en 29 días de navegación.

La forja de un marino

Sigfrido ha ido en busca de su destino, donde unos 15.000 compatriotas lucharon por tierra, mar y aire. De los 664 muertos, alrededor de un 70% son soldados conscriptos. La Armada tiene 391 muertos, y el Ejército Argentino sufre 179 muertos. Esos cuadros son casi un 25% del total, superior al promedio en guerras similares.

El Caoba se detiene en Bahía Fox, última posta del ARA “Bahía Buen Suceso”, un buque que había traído de regreso al continente a jóvenes argentinos detenidos en 1966. En 1982, el buque queda varado en Bahía Fox y su tripulación, ya en tierra, sufre fuego naval. El viejo buque es hundido por el submarino HMS Onyx.

Una “deuda” se atesora en el alma de Sigfrido. Iniciados sus estudios en 1980, es sorteado para la “colimba” en 1981. Escuchan los partes de guerra argentinos y la conmoción por el hundimiento del crucero General Belgrano. A 43 años de la lucha, Sigfrido ha venido a cumplir con ellos.

“Yo aprendí a navegar leyendo”, cuenta Sigfrido. En su casa familiar cordobesa no había otra cosa que libros. Desde niño devoraba libros de náutica y aventuras. A principios de los 80, la cátedra deportiva de la Universidad Nacional de Córdoba ya poseía pequeños veleros de instrucción náutica. Sigfrido, feliz, hace los cursos en el Lago San Roque. Terminado su postgrado en Geofísica, obtiene el máximo galardón: ¡Piloto de yate!

El estudio, el esfuerzo y la pasión, tres pilares del destino, necesitan de una familia de base. Sin el incentivo naval del Estado, disfrutado por Sigfrido y Pablo en instituciones nacionales, la histórica travesía que ambos completaron podría quedar solo en la memoria de un tiempo en el cual la Argentina terminó de naufragar.

El autor es sociólogo.

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