Cuando Javier Milei se proclamó “mesías”, suena presuntuoso, pero sabía de lo que hablaba. Su suerte está escrita en los libros sagrados: es la “víctima propiciatoria”, es decir, quien carga con los pecados de los otros en un plan redentor. Ya lanzado a la candidatura presidencial, le pidió a su hermana Karina que se ocupara de reunir fondos, “porque las campañas son muy caras”. Javier pensaba en kermeses y en pasar la bolsita en los actos, pero Kari interpretó mal y preguntó con quién podía aprender el arte de la recaudación. Le presentaron a los Menem.
Meses después, ya no le hacían falta lecciones: Kari se había vuelto astuta. Colaboradores cercanos cuentan que su olfato político es asombroso, aunque le atribuyen la iniciativa de licitar las candidaturas. “No les decía: ‘si querés estar en la lista poné 30 lucas’, sino ‘va a ser la inversión de tu vida’”. A su hermana comenzaron a salirle dólares por las orejas. Cuando Javier se dio cuenta de la fórmula, ya era tarde. La había nombrado “Jefe”, y, como corresponde, a los jefes no se les discute. La versión de Kari es diferente; dice que Javier y Caputín un día le explicaron que se proponían hacer un populismo de derecha, liberal en lo económico y ultraliberal en la administración de los escrúpulos. En cualquier caso, Kari, Lule y Martín Menem formaron un triángulo de hierro, con el objetivo de articular el partido a nivel nacional.
El problema es que Kari y sus nuevos amigos no usan guantes: donde tocan quedan los dedos. Prácticamente no hay asuntos inconfesables en los que no estén involucrados, a título personal o como business team: contratos de seguridad en el Banco Nación, contratos informáticos en Osprera y el Discapacitadosgate, la trama más cautivante que hemos conocido desde el caso Cuadernos. Kari, que ama a su hermano, se define como “la cajera de Dios”.
Sobre todo, si Javier le da una vuelta a su misión salvífica y confiesa urbi et orbi, como hizo el miércoles en Lomas de Zamora: “Les estamos afanando los choreos” (a los kicchneristas). En este contexto, el que le roba al ladrón tiene cien años de perdón.
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