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El silencio como estrategia en la crisis de Spagnuolo

La autora del artículo sostiene que creer que el silencio de Javier Milei es un signo de indecisión o desconcierto subestima la capacidad comunicacional de su gobierno. Desde el discurso, han logrado convencer a los argentinos de que el sacrificio es necesario para mejorar, implementando el ajuste más significativo en la historia sin enfrentar manifestaciones sociales ni afectaciones importantes a su imagen.

No es necesario ser un experto en gestión de crisis para entender que las posibles respuestas ante un escándalo incluyen respuestas inculpatorias, negacionistas, confrontativas y el silencio, que también puede ser una forma de respuesta.

Escándalos de todos los colores

Al revisar los últimos gobiernos de Argentina, se pueden recordar momentos como la cadena nacional de Cristina Kirchner tras la muerte de Alberto Nisman, donde su estrategia fue negacionista y confrontativa. En el caso de la tragedia de Once, se optó por el silencio durante los primeros días, seguido de una confrontación con la Justicia.

En general, Mauricio Macri utilizó una estrategia inculpatoria, como cuando se refirió a las preferencias de las mujeres, pidiendo disculpas en varias ocasiones, lo que eventualmente afectó su credibilidad. Otro escándalo notable fue la foto de Olivos, donde el silencio inicial del gobierno llevó a defensas fallidas que aumentaron la visibilidad del problema.

El caso de Diego Spagnuolo tiene similitudes con el escándalo de la foto de Olivos. La revelación de audios y fotos en agosto, en un año electoral, podría interpretarse como una operación mediática, aunque no minimiza la gravedad de la acusación. Este escándalo rompe un contrato de confianza con la sociedad, especialmente con su electorado, lo que puede tener repercusiones reputacionales y electorales.

Hasta ahora, se han presentado audios de Spagnuolo, quien fue despedido, y se ha activado el accionar judicial. Los manuales de gestión de crisis sugieren que el escándalo requiere una respuesta integral, y la decisión de despedir al acusado no aborda el problema central. La respuesta del gobierno ha sido acusar a la oposición de oportunismo electoral, pero esto no responde a las inquietudes de la sociedad sobre la corrupción.

Guillermo Francos, jefe de Gabinete, es visto como un vocero creíble, pero en un gobierno personalista, se esperaba una respuesta más directa de Milei o sus colaboradores. En cambio, ha habido silencio, lo que puede ser interpretado como una estrategia para evitar contradicciones y proteger a las figuras principales de un escándalo mayor.

El silencio puede ser táctico, evitando un “escándalo de segundo grado” si aparecen más evidencias. Sin embargo, también tiene costos, como la falta de control del relato y la percepción de falta de transparencia en un gobierno que se ha caracterizado por su confrontación. En situaciones de incertidumbre, dar certezas es crucial.

Omitir información puede resultar ineficaz y dañino si se descubre, debilitando la credibilidad del gobierno. Por ahora, parece que el oficialismo apuesta a que la indignación social se disipe, pero la magnitud del caso puede convertir el silencio en un arma de doble filo que erosione la credibilidad de Milei como un outsider que prometió acabar con la corrupción.

En resumen, el gobierno ha optado por el silencio, posiblemente como la alternativa menos dañina, pero en política y comunicación, el silencio nunca es neutral y también comunica.

La autora es consultora en Comunicación política, electoral, institucional y de crisis y riesgo.

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