En una época de intolerancias alimentarias, no como harinas con gluten ni bebidas con lactosa, pero eso es por elección. Sin embargo, me pasan cosas con las pequeñas cosas. Con muchísimas. Por ejemplo, no tolero a la gente que saluda con un beso todos los días a las mismas personas a la misma hora en el mismo lugar. No tiene sentido, no veo la gracia.
No soporto a la gente que no tiende la cama todos los días o que no lo hace tan bien como yo, que primero ventilo el cuarto y después, solo unas horas después, estiro bien el cubrecolchón, estiro bien las sábanas, estiro bien la frazada, reviso que no haya arrugas y le pongo perfumito a la almohada. A la gente que en el trabajo toca lo ajeno, el teclado, el mouse, la silla, el monitor, pide un mate a cualquiera, pregunta cientos de veces lo mismo. A la gente que habla de cerca aunque no sea necesario (a mí me pica el cuerpo por dentro cada vez que alguien acerca su cabeza contra la mía para decirme cualquier cosa que no necesita de esa distancia. Me dan ganas de gritar pero nunca grito). A la gente que regala cosas que el destinatario no quiere (todos los años les digo a mis amigas que me regalen libros porque tengo una lista de títulos que quiero comprar y entonces pido que me los compren para facilitar el gasto, pero me dicen que no, que ya me regalaron libros la última vez y me regalan una remera, un pantalón, lo que sea).
No soporto que usen un mismo cuchillo para cortar tortas de gustos diferentes, los cuadros torcidos, a los que bailan mal pero no lo saben, que alguien se seque las manos con la toalla con la que alguien me seca el cuerpo, apoyar la cabeza en la camilla de pilates, en el asiento de un avión, las cucarachas, que hagan migas y no las levanten, el olor a milanesa, a la gente que felicita a otra por cualquier motivo, los lavavajillas, que chupen una cucharita y la vuelven a meter en el tarro de dulce de leche, ir a un evento como acompañante, las esponjas vegetales, la mayonesa, los zuecos de plástico, a las personas que se visten con rojo en Navidad, de blanco en Año Nuevo, los paraguas, la ropa para mascotas, las charlas en un ascensor, los dibujos en las uñas, las listas de pendientes en el celular, el polvo sobre la madera, las escobas de paja, los azulejos con dibujos, las berenjenas en escabeche, cualquier cosa al escabeche, a toda la gente que viene a mi casa y no se saca las zapatillas para estar porque jamás le pediría a nadie que se descalce, pero no puedo dejar de pensar en eso. A la gente que saluda por el cumpleaños a gente que hace años no se cruza por la calle ni llama por teléfono. A las personas que insultan o maltratan o lastiman y después quieren pedir perdón y listo. No siempre es bueno perdonar y menos debe ser una obligación.
No soporto los pelos, los pelos en el piso, los pelos en el subte, los pelos en la alfombra, los pelos en la ducha, los pelos en los asientos en los que hay que sentarse, los pelos en la bacha, los pelos enredados en cosas, en un jabón, en un suéter, en un cepillo, los pelos largos peor, todos los pelos, cada uno y son miles todo el tiempo.
A la gente que cierra las canillas del vanitory con las manos mojadas y deja gotas por todos lados. Si yo lo hago es de dos maneras diferentes: una, me lavo las manos, me seco las manos y después cierro la canilla; dos, me lavo las manos, cierro la canilla, me seco las manos y luego seco todo alrededor. Una vez vi a una mujer hacer lo mismo en el baño de un shopping y me pareció bien.
Por eso creo que lo peor son las pequeñas cosas. Porque son muchísimas y las tengo que tolerar, que tragar aunque me cueste, me duela o se note el gesto. No puedo mostrar lo que siento porque cuánto o tanto tendrían que quererme para aceptarme. Para vivir necesito que el mundo no se dé cuenta de que soy insoportable.
Por Dolores Caviglia
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