Irina Artiomova, de 42 años, reside en Kramatorsk, en la provincia oriental ucraniana de Donetsk, a unos 20 kilómetros del frente de guerra. Su reflexión es sencilla pero impactante: “¿Qué pensarías si un vecino viniera a tu casa y dijera que es suya y no tuya?”, pregunta en un intercambio de mensajes. “¿Te rendirías?”. Junto a su marido, Roman Dubinin, también de 42 años, gestiona el acuario de esta ciudad, un pequeño refugio para civiles y militares que sufren el asedio ruso.
Kramatorsk es uno de los objetivos codiciados por el Kremlin para consolidar el dominio ruso sobre Donbás, la región compuesta por las provincias de Donetsk y Lugansk, en el corazón de la “Nueva Rusia” que anhela Vladímir Putin. Así se lo hizo saber a su homólogo estadounidense, Donald Trump, en la reciente cumbre bilateral celebrada en Alaska.
El sueño del presidente ruso, con profundas raíces históricas y económicas, tiene claras repercusiones en el conflicto y la defensa de Ucrania. Según el relato del encuentro entre Putin y Trump del 15 de agosto en Alaska, el mandatario ruso estaría dispuesto a congelar la línea del frente si el Gobierno ucraniano de Volodímir Zelenski le entrega Donbás.
“Estamos en contra”, continúa Artiomova en un nuevo mensaje. “No queremos vivir bajo el control de Rusia. Soñamos con la victoria y la vida en una Ucrania libre”. El objetivo del Kremlin no es nuevo: el levantamiento prorruso iniciado en la zona en abril de 2014, apoyado por Moscú, logró conquistar un tercio de la región. Desde febrero de 2022, tras tres años y medio de invasión a gran escala de Ucrania, las tropas rusas han ocupado casi la totalidad de Lugansk, mientras que Kiev mantiene el control de solo un 30% de Donetsk. De los seis millones de personas que vivían en Donbás en 2022, hoy queda apenas la mitad.
El historiador ucraniano Serhii Plokhi recuerda en su libro La guerra ruso-ucraniana. El retorno de la historia la larga comparecencia televisiva de Putin en abril de 2014, donde delineó lo que para él es Novorossiya, la Nueva Rusia, un concepto rescatado del pasado imperial que incluiría las provincias de Donetsk y Lugansk, además de Járkov, Jersón, Mikolaiv y Odesa. “Todos ellos son territorios transferidos a Ucrania en la década de 1920 por el Gobierno soviético”, dijo. Putin y el nacionalismo que representa rechazan aquel regalo, como lo ha llamado en ocasiones, que las autoridades de la Unión Soviética hicieron a Ucrania.
Donbás, que limita con el oeste ruso, ha sido desde el siglo XIX un pulmón industrial fundamental; primero en el imperio ruso, luego para la Unión Soviética y, finalmente, para Ucrania. Sin embargo, la falta de inversión y modernización tras la independencia de 1991 ha dañado este pilar económico, según un informe del Banco Mundial de 2020. En la década anterior a la ocupación de 2014, la región había perdido tanto población como peso en la economía, en una tendencia depresiva que distanció a sus habitantes del centro de poder en Kiev.
“El nivel de vida en los óblasts de Donetsk y Lugansk”, relata Plokhi, “era uno de los más bajos del país, y desde hace años la población local rusófona era movilizada por políticos que, para ganar votos, alentaban el resentimiento contra Ucrania occidental”.
La siderurgia y la minería ucraniana han quedado diezmadas por la pérdida de territorio. Continuar en Donbás, sin cederlo definitivamente a Rusia, es también una misión para garantizar que en el futuro pueda recuperarse lo perdido. Donetsk y Lugansk se han nutrido durante décadas de migración laboral procedente de lo que es hoy la Federación Rusa. El exgobernador de Donetsk, Pavlo Kirilenko, admitió en una entrevista que la mitad de la población que continuaba en la provincia era prorrusa y que los colaboradores del enemigo son un problema de primer orden.
Se estima que antes de la invasión de 2022, la población en Donbás era de poco más de seis millones de personas, cifra que ahora no llega a la mitad. Tetiana Kozlovska, de 40 años, natural de Donetsk, abandonó su ciudad natal en 2014 y ahora vive en Kiev. “Siento frustración después de más de 10 años en los que ha muerto mucha gente por su tierra y quizá para nada”, dice por teléfono, preguntada sobre una posible cesión de territorio. “Es doloroso”. Esta diseñadora gráfica no cree que Rusia se detenga si obtiene Donbás. “No es por la tierra”, afirma, “no quieren la existencia de Ucrania”. Kozlovska espera regresar algún día a su hogar.
Viajar a la franja de Donetsk aún bajo control ucraniano, especialmente a localidades cercanas al frente, es entrar en un terreno devastado por la guerra, en ciudades casi deshabitadas donde un puñado de personas se rebela ante el terror diario de los bombardeos rusos. En el 30% del territorio que resiste a la ofensiva se concentra el esfuerzo de Kiev para defender su soberanía. Si Kramatorsk y Sloviansk, separadas por 15 kilómetros, cayeran en manos del invasor, se abrirían las puertas para que Rusia intentara avanzar sobre la provincia de Dnipropetrovsk y de ahí hacia el río Dnipró, columna vertebral de Ucrania.
El pasado día 12, el Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de análisis con sede en Washington, señaló que “la rendición del resto del óblast de Donetsk como requisito previo para un alto el fuego, sin compromiso con un acuerdo de paz definitivo que ponga fin a la guerra, obligaría a Ucrania a abandonar su ‘cinturón fortaleza’, la principal línea defensiva fortificada en el óblast de Donetsk desde 2014, sin garantía de que los combates no se reanuden”. Este cinturón, en el que Ucrania ha invertido 11 años de esfuerzos para taponar el posible asalto ruso desde Donbás hacia el oeste, recorre unos 50 kilómetros entre Kostiantinivka, en el sur, y Sloviansk, en el norte.
Pokrovsk es otro de los pocos grandes municipios de Donetsk aún en manos de Ucrania, pero está prácticamente rodeado por las tropas invasoras. En el asedio a Pokrovsk, el ejército ruso ya ha tomado posiciones dentro de Dnipró. Por eso, Alexander Stubb, presidente de Finlandia, ilustró de forma épica el pasado lunes en Washington durante la cumbre convocada por Trump, que “Kramatorsk y Sloviansk son el bastión contra las hordas de los Hunos”.
El Donbás ocupado
La parte de Donbás bajo dominio de las autoridades y tropas rusas puede dividirse en dos zonas: el área golpeada por la invasión y el territorio separatista prorruso que quedó al margen de los combates más o menos intacto. El inicio de los bosques arrasados y las ciudades en ruinas marca la separación entre ambas. El alejamiento del frente de la ciudad de Donetsk ha otorgado cierta calma a la capital provincial, donde ya hay más niños y familias en las calles, aunque la ruptura con Ucrania hace más de una década ha sumido a esta zona en una grave depresión económica. Casas desconchadas y fábricas y oficinas abandonadas pueblan el paisaje.
La región ocupada también enfrenta una grave crisis por la escasez de agua. La guerra desatada por el Kremlin ha devastado la infraestructura hídrica ucraniana que abasteció a las ciudades “separatistas”, aunque estuvieran bajo la supervisión de Moscú. El agua no suele llegar a los pisos superiores y el régimen ruso ha impuesto un estricto racionamiento, donde los hogares pueden estar días sin suministro.
La ciudad de Mariupol, la mayor conquista del ejército ruso, fue utilizada por la propaganda del Kremlin como ejemplo de la reconstrucción de posguerra. Tres años después, casi todas las obras están paradas, avanzando solo aquellas de los edificios que serán vendidos a rusos en esta ciudad costera.
La situación en las localidades cercanas al frente es mucho peor. Sobre Górlovka, separada por menos de diez kilómetros de la disputada Toresk, sobrevuelan drones y caen proyectiles con regularidad. “Solo queremos tranquilidad”, suelen expresar los ucranianos en la zona ocupada. Raisa, una mujer de Mariupol, preguntada hace unos meses si se sentía “liberada” por los rusos, respondió: “¿De quién?”.
No obstante, en las autoproclamadas “repúblicas separatistas” de Donetsk y Lugansk, la mayoría de la población se muestra abiertamente a favor de ser parte de Rusia. Los que se sentían ucranianos han huido o guardan silencio. Se desconoce cuántos miles de civiles han sido detenidos en territorio ocupado, y algunos, como la periodista Viktoria Roschtschyna, han muerto en prisión.
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