La aparición de un horizonte de transición política en países sometidos a dictaduras, especialmente en Cuba y Venezuela, plantea una pregunta crucial: ¿se contará con un liderazgo que facilite a la sociedad avanzar hacia la construcción de un modelo de convivencia democrática?
Un cinismo cómplice, común entre quienes prefieren la continuidad de la dictadura, sostiene que, ante la falta de un liderazgo adecuado, el riesgo de caos durante la transición es tan alto que lo más pragmático sería mantener el statu quo. En otras palabras, que la dictadura permanezca sin los sobresaltos inherentes al cambio político.
Este cinismo no es un fenómeno aislado, sino una corriente propagandística promovida desde el poder que fomenta un pesimismo estructural ante la transición. Se argumenta que los líderes de la oposición están divididos, carecen de experiencia gubernamental, están vinculados a intereses ocultos y no se preocupan realmente por la gestión gubernamental, sino por hacerse con el poder y ejecutar venganzas.
Quienes han estudiado los procesos de transición explican que se trata de un tiempo vertiginoso, lleno de giros y movimientos acelerados, donde las novedades y soluciones inesperadas son constantes. Aunque los propósitos generales se mantienen, los pasos hacia la restauración de un estado de libertades y la creación de un ambiente de innovación son esenciales. Lo inesperado puede traer nuevas ideas y oportunidades para el surgimiento de nuevos liderazgos.
La transición no se limita a lo político; también es económica, social, cultural, institucional, educativa y comunicacional. Los líderes y organizaciones que surgirán en Cuba y Venezuela serán cruciales para afrontar los complejísimos desafíos que se presentarán.
Se requerirán organizaciones y liderazgos constructivos en comunidades, así como la participación de expertos y universidades que influyan en las decisiones a todos los niveles del Estado. También será necesaria la disposición de empresarios a invertir y asumir riesgos, así como el apoyo de organismos multilaterales para los proyectos de reconstrucción.
Es fundamental resetear las instituciones de todos los poderes públicos y las empresas del Estado, para erradicar la corrupción y devolverles su función de servicio a la sociedad. La lucha por la meritocracia y contra el clientelismo no se logra solo con decretos, sino que debe surgir de una cultura política que se fortalezca con la contraloría social.
Las tareas de transición no pueden estar bajo el control exclusivo de una cúpula política, por muy buenas intenciones que tengan. La verdadera capa de liderazgo necesaria para Cuba y Venezuela surgirá del deseo de cambio que existe en ambos países, de la voluntad de avanzar hacia la democracia. Los ciudadanos están listos.
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