ROMA.- Alexander J. Motyl es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Rutgers-Newark de Nueva Jersey, Estados Unidos. Historiador y experto en Ucrania, Rusia y la URSS, así como en nacionalismo, revoluciones, imperios y teoría, es autor de diez libros de no ficción, entre ellos Imperial Ends: The Decay, Collapse, and Revival of Empires y Why Empires Reemerge: Imperial Collapse and Imperial Revival in Comparative Perspective.
En una entrevista telefónica con LA NACION, Motyl, de 71 años, se mostró escéptico respecto a las negociaciones impulsadas por el presidente estadounidense, Donald Trump, para detener la guerra en Ucrania. “Mientras Putin esté en el poder, la guerra no terminará”, afirmó sin dudar. Además, explicó por qué la disputada región del Donbass, epicentro del conflicto, es un “cáliz envenenado” para quien quiera apoderarse de ella.
-Si el Donbass es un “cáliz envenenado”, como usted describió, ¿por qué Rusia, un país inmenso, lo desea obstinadamente?
-Hay que recordar que forma parte de la ideología y la agenda política rusa, o al menos de Putin. El Donbass fue fundamental para el desarrollo industrial durante el Imperio ruso y posteriormente en la Unión Soviética, y siempre se consideró el lugar donde se forjaría el nuevo hombre y la nueva mujer soviética, por lo que ocupa un lugar particularmente importante en la identidad rusa. Ha sido suyo por un tiempo, y lo consideran suyo hasta ahora. Desde aproximadamente la década de 1950, ha sido mayoritariamente rusoparlante, y la cultura era una amalgama de soviética y rusa, y hasta cierto punto ucraniana. Aunque la ironía es que, según el censo imperial ruso de 1897, la mayoría de los habitantes del Donbass se identificaban como ucranianos.
-Es decir, es como un símbolo que necesitan poseer…
-Sí, sí, es más simbólico que cualquier otra cosa. Ahora bien, hay industria, hay población, así que, al mismo tiempo, es una oportunidad para arrebatarle territorio a Ucrania. Pero es un cáliz envenenado porque el territorio requiere de una enorme inversión para que vuelva a ser más o menos normal.
-Usted calculó que hacen falta al menos 200.000 millones de dólares…
-Era una estimación. Pero la ONU estima unos 550.000 millones para toda Ucrania. Y si tenemos en cuenta que la mayor parte de la destrucción se ha producido en el este de Ucrania, y concretamente en la zona del Donbass, aproximadamente la mitad parece razonable. Y Rusia no tiene ese dinero. Y, por supuesto, Ucrania tampoco, por lo que quienquiera que consiga el Donbass se enfrentará a un grave problema.
-¿No queda nada bueno allí, sobre todo considerando las tierras raras?
-Bueno, están las tierras raras. Ahora bien, por un lado, son valiosas, pero las estimaciones sobre qué tierras raras hay allí y en qué cantidades, son todas antiguas estimaciones soviéticas. Así que pueden ser precisas, pueden ser inexactas, no está del todo claro. El otro punto es que, como argumentan algunos, para que las tierras raras entren en funcionamiento, se requerirían entre 10 y 15 años de construcción, inversión, etc. Además, ¿cuántos inversores internacionales llegarán a una región inestable y económicamente deprimida para adquirir estas tierras raras? La respuesta es que probablemente algunos lo harán. Algunos lo considerarán, lo reconsiderarán y decidirán que quizá no valga la pena el esfuerzo. Por lo demás, el Donbass era conocido principalmente por sus minas de carbón: la gran mayoría son muy profundas, y extraer el carbón cuesta más de lo que realmente vale.
-En este marco más que complejo, ¿cómo cree que terminará el Donbass en un supuesto acuerdo de paz?
-Bueno, ahora mismo, la verdadera pregunta es si habrá un acuerdo de paz, porque no estoy seguro de que vaya a ocurrir pronto. Pero supongamos, por ejemplo, que dentro de un año aproximadamente se llegue a un acuerdo de paz. Me cuesta imaginar que Ucrania pueda recuperar todo el Donbass. Si Estados Unidos proporciona armas, si los europeos las pagan y si Ucrania logra tener las armas que necesita, es posible que los ucranianos hagan retroceder a los rusos en algunos puntos.
-¿Accedería Ucrania a semejante reparto?
-Creo que la respuesta es sí: los ucranianos quieren poner fin a la guerra y reconocerían el control de facto de Rusia. Pero el problema es que Putin no estará de acuerdo. No creo que pueda simplemente decirle a su pueblo que perdimos la vida de un millón y medio de soldados y, a cambio, recibimos fragmentos de los territorios que reclamamos como nuestros.
-El año pasado usted escribió que para poner fin a esta guerra Putin debía irse. ¿Sigue pensando lo mismo?
– Absolutamente. Él es la clave. Mientras Putin esté en el poder, la guerra no terminará. Ha dedicado toda su vida política a ella. Es la guerra de Putin. Tiene que volver a casa con algo parecido a una victoria.
-¿Cómo valora el intento de Trump de poner fin a esta guerra tan difícil, sabiendo que es la guerra de Putin?
-Es preocupante porque no se entiende cuál es la postura final de Trump. Aunque el principal problema con Trump ha sido que todavía puede creer que Putin realmente quiere la paz. Y eso es simplemente absurdo.
-Veo que coincide con un artículo que escribió días atrás Thomas Friedman, que básicamente decía lo mismo, que la diplomacia de Trump revela lo poco que entiende a Putin…
-Sí, totalmente. Putin es un asesino a sangre fría y Friedman dio en el clavo: Trump simplemente no lo entiende.
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