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El insulto en la literatura y el periodismo como tema de estudio

En los inicios de la web, José Antonio Millán, un reconocido columnista de El País de Madrid, se dedicaba a compilar duelos de insultos y otras expresiones coloquiales. Su talento lingüístico y dominio de la semiótica estaban a la altura de su trabajo.

Un ejemplo de su ingenio era el comentario: “Hablando de madres, ¿es verdad que la tuya es tan gorda que tiene su propio código postal?” Millán demostró que la vulgaridad, ya sea en discursos o en el uso indiscriminado de redes sociales para agredir, no es necesariamente resultado de las plataformas digitales, sino de la necedad humana o de mentes perturbadas.

La discusión sobre la salud mental ha tomado un giro en el debate público, donde se cuestiona si las mentes pueden estar enfermas o si se elogia la locura en un sentido admirativo. Millán mencionó: “¿Sabes? Podría haber sido tu padre, pero el tipo que estaba a mi lado tenía el dinero exacto.” Este tipo de comentarios, que podrían considerarse injurias, están contemplados en el artículo 110 del Código Penal argentino, que busca proteger el honor de las personas.

El 4 de agosto, el presidente Javier Milei anunció que dejaría de insultar para centrarse en discutir ideas, reconociendo así la presión de las encuestas de opinión pública. Hasta ese momento, Milei había captado la atención internacional por su lenguaje grosero, similar al de un niño maleducado.

Recuerdo que mi madre, en un intento de corregir mi lenguaje, me lavó la boca con jabón tras escucharme repetir una palabra malsonante. A pesar de no entender el significado en ese momento, el impacto de esa experiencia me llevó a evitar el uso de tales palabras.

Es interesante reflexionar si el efecto de esa corrección en mi infancia se asemeja a la evolución del lenguaje de Milei, quien ha comenzado a moderar su vocabulario tras la presión pública. Durante dos semanas, el Presidente ha evitado el uso de insultos en sus discursos, aunque su retórica sigue siendo directa y contundente.

Milei ha manifestado que su cambio de actitud no es una admisión de error, sino una respuesta a lo que él denomina “dictadura de las formas”. Sin embargo, ha dejado claro que recurrirá a los insultos con aquellos que considere de mala fe.

En el ámbito político, el uso de insultos ha sido una constante en el Congreso, donde las descalificaciones han alcanzado niveles alarmantes. La autenticidad de Milei, aunque dolorosa, lo coloca en un nivel moral superior a otros funcionarios que han perdido la compostura.

Finalmente, es importante que el presidente Milei escuche a su entorno, especialmente a Guillermo Francos, su jefe de Gabinete, quien podría aconsejarle sobre la importancia de mantener un discurso respetuoso y evitar actitudes desmedidas en el ámbito político.

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