El presidente Donald Trump ha demostrado una innegable audacia presidencial, imponiendo un novedoso diezmo internacional a los países que quieren comerciar con Estados Unidos. Así, ha instaurado la ya famosa tarifa base de 10%, con la justificación de reducir los déficits comerciales de EE.UU. con diversos países y re-industrializar su país, con el beneficio inmediato de una mayor recaudación impositiva. Sin embargo, a las consideraciones comerciales parecen sumarse aspectos de carácter geopolítico.

Entre los países que recibieron la tarifa base del 10%, podemos destacar tres grupos. Los primeros son sus más fieles y tradicionales aliados militares: el Reino Unido –con el que tiene déficit comercial– y Australia, con la que mantiene superávit. Luego vemos a los países sudamericanos que no han caído bajo la influencia del eje La Habana-Caracas y donde la presencia china se hace sentir: la Argentina, Colombia, Chile, Perú, Uruguay y Paraguay. EE.UU. ha mantenido con ellos relaciones relativamente estables, más allá de sus orientaciones políticas, y tiene con ellos un superávit comercial. El tercer grupo es el de los países árabes con los que tiene buena relación, y que son críticos para lograr una pacificación del Medio Oriente: Arabia Saudita, con la que mantiene un comercio equilibrado, y Egipto, UAE y Qatar, con los que tiene superávit comercial.

Por su lado, sus grandes socios del orden liberal de la post Segunda Guerra Mundial –la Unión Europea, Japón y Corea del Sur– han sido penalizados con una tarifa superior a la de base: un 15%. Mientras EE.UU. mantiene un déficit comercial de bienes con Japón y Corea del Sur, el comercio con la UE en cuanto a bienes y servicios es balanceado. Todos estos países han sido aliados en la confrontación con Rusia y China, y gozan de la protección militar directa de EE.UU. En este sentido, se le impuso también una tarifa del 15% a Israel, con el que tiene déficit comercial.

La tarifa para los países del Asean se estabilizó en 19% para Vietnam, Malasia, Filipinas, Tailandia y Camboya, y en 20% para Indonesia. Esto ocurrió luego de amenazar en algunos casos con tarifas de más de 40%. Si bien todos tienen un superávit comercial con EE.UU., no hubiera sido positivo humillar demasiado a estas naciones que intentan mantener un equilibrio entre EE.UU. y China en sus políticas exteriores, pero que podrían caer bajo la esfera de influencia de Pekín.

Los países del Brics –críticos de EE.UU.– sufren por ahora tarifas muy altas: Brasil y la India, 50%; China y Sudáfrica, 30%. Respecto de Brasil –con el que tiene superávit– se incluyen factores de política interna al justificarlas. En el caso de la India –con la que tiene déficit–, hay un 25% adicional por comprar petróleo ruso. China continúa una dura negociación con sus tierras raras como carta de triunfo. Respecto de Rusia, se recurre a sanciones secundarias –el 25% adicional a la India por comprar su petróleo–. A su vez, sufren altas tarifas dos países muy cercanos: Canadá, 35%, y México, 25%. La justificación parece ser solo comercial, como el caso de Suiza y su sorprendente 39%.

Como vemos, en esta imposición de tarifas parecen mezclarse razonamientos comerciales con intenciones geopolíticas. A su vez, esta imposición se logra mediante negociaciones asimétricas y una diplomacia coercitiva que hacen recordar al más crudo realismo de Tucídides: “El que es fuerte hace lo que puede hacer, y el débil sufre lo que debe sufrir”.

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